Artículo de la semana
Alvaro Solano Artavia
El rebelde de barba al que le encantaba anotarle a Saprissa
Se le recuerda con una barba tupida. Impulsivo. Incisivo. Si se quiere, terco en ocasiones,. Reclamaba, a veces provocaba y celebraba los goles incluso más que el propio compañero que los anotaba cuando no era él quien abombaba la red rival. Le encantaba marcarle al Deportivo Saprissa. No cualquiera lo hace diez veces en su carrera deportiva.
Álvaro Enrique Solano Artavia fue delantero, centrocampista y hasta debió improvisar como defensa central. También tuvo que ponerse los guantes de emergencia por casi 30 minutos, cuando expulsaron a Alejandro González ante el Municipal Puntarenas en aquellos partidos en los que el Lito Pérez era una verdadera olla de presión. No recibió goles, por cierto, aunque se perdió 1 a 0 ese día.
Adicionalmente, en su palmarés se lee que fue entrenador, asistente técnico y no dudamos que hasta los conos movió en algún entrenamiento, pero ante todo es liguista. Sufre por el equipo. Le cambia el día cuando se gana. Ha habido momentos para el olvido, pero el rojo y el negro no destiñe. No en “Alvarito”, como le conocen en su natal y eterna Alajuela.
“Es que yo soy liguista y manudo. Hay manudos que no son liguistas y viceversa. Vivo a la vuelta del estadio (Alejandro Morera Soto), y a los seis años pasaba todo el día jugando en la cancha. Soy amigo de la familia Artavia Lobo, que cuidaba las instalaciones y con uno de los hijos me metía hasta que nos sacaran, ahí empezó todo”, detalla con una sonrisa el exjugador.
Ríe, pero a ratos da paso casi al enojo o al dolor. Se nota que su relación con la Liga Deportiva Alajuelense va más allá de un recuerdo o de sentarse a ver un partido. Su historial es de respeto. Anotó 73 goles y jugó 396 partidos con los manudos. Solo militó con otro equipo y claro está, no podía ser fuera de la provincia. Se retiró con Carmelita en 1993.

Un duro inicio en las filas erizas
Contrario a muchos casos, Solano no llegó al club de sus amores de la mano de sus papás. El Morera Soto fue como el patio de su casa en la niñez. La escuela de futbol de Hugo Tassara, a la que iba solo, albergó sus primeras jugadas. Posteriormente, fue el entrenador Rolando Riquelme quien lo impulsó a las reservas alajuelenses en 1975, que combinó durante dos años entrenamientos con la Primera División.
El debut no podía ser de la mejor manera para un delantero. Con gol. Así fue para Alvarito. Recibió la confianza de Juan José Gámez con solo 15 años a inicios de 1977 en la Copa Juan Santamaría, torneo oficial de antaño. Le anotó a Limón en la Catedral. A ese juego le guarda un especial recuerdo debido a que también fue el primer encuentro con los caribeños para Enrique Rivers, gran compañero en selecciones nacionales.
Pero las primeras horas en la máxima categoría estuvieron acompañadas de momentos complejos. La institución vivía una etapa difícil tanto económica como deportiva y se respiraba tensión en el ambiente. Desde 1971 el equipo no era campeón. La necesidad de romper esa sequía comenzaba a ser un imperativo.
“Había mucha presión cuando empecé en primera. Además, en ese tiempo tenía que respetarse a los mayores. Por ejemplo, si uno guindaba la ropa en el gancho de ellos te aparecía en el servicio sanitario. A veces me tenía que cambiar en los camerinos de divisiones menores o prefería venir cambiado de mi casa. Ahora a los jugadores hasta les llevan las sandalias”, recuerda Solano. Menos chineos. Definitivamente otros tiempos.
Sus mejores goles fueron en La Cueva
Es el sétimo mejor goleador en la historia del club. En ocasiones, cuando se le pregunta a algunos artilleros por sus mejores recuerdos en la red hay dudas. Sin embargo, este liguista tiene bien claros los suyos y son tres. Dos de ellos anotados en San Juan de Tibás.
“El mejor de todos fue en un clásico en el Ricardo Saprissa. Estábamos empatados 1 a 1 y ellos volcados buscando el gane. En un tiro de esquina en contra hubo un rechazo; la bola me llegó, pero yo iba solo y le pude hacer la ‘jugada del tonto’ a Marcos Rojas casi en la línea de saque de banda, rematé fuera del área y los defensas no le pudieron llegar. Fue en el marco sur, donde ahora está la Ultra”, detalla con suma precisión y exactitud, como si el gol hubiese sido hace pocas horas.
El exjugador también recuerda uno de chilena contra Limón, también en el estadio morado, y un cabezazo fuera del área tras un tiro de esquina cobrado por Juan Cayasso. Este último sí se registró en el Morera Soto.
Con su número 8 en la espalda, destacó como un excelente cabeceador, hombre de área, incisivo y muy rápido en el mano a mano. Se dice que las comparaciones son odiosas pero para algunos el mediocampo liguista formado por Álvaro Solano, Juan Cayasso y Óscar Ramírez fue uno de los mejores de la historia eriza.
“Fui un privilegiado porque tuve grandes compañeros. Verdaderos líderes. Gente de la talla de Cayasso, el Macho, el Zurdo Jiménez, Gugui Ulate, Alejandro González, Hernán Sossa. Había mucho compromiso por vestir los colores”, confiesa este ídolo, quien muchas veces terminaba los partidos con la camisa medio rota o hasta con rastros de sangre, como en la final de 1991.
¿Por qué este volante aliado del gol dejó una huella indeleble en la historia del club rojinegro? Por su entrega, estamos claros. Pero las estadísticas no mienten. Ganó cuatro campeonatos nacionales (1980-1983-1984-1981), el cetro de la Concacaf de 1986 y el subcampeonato de la Copa Interamericana ante el River Plate, en 1987.
Tampoco se arrugó ante el duro reto de tomar en dos etapas las brasas como entrenador de la Liga. Obtuvo un subcampeonato nacional en 1999, y en 2007 se hizo cargo del equipo casi en los últimos lugares, y clasificó a las instancias finales del torneo de clausura.
Una carrera deportiva paralela al estudio
Solano entregó hasta la última gota de sudor en cada minuto que jugó. Eso sí, hay algo que nunca negoció y prevaleció antes que los tacos, los goles o las canchas. Fueron las aulas, los cuadernos y su carrera de ingeniería de alimentos en la Universidad de Costa Rica.
Pasaron 11 años para graduarse, mas no se arrepiente. No era para cualquiera combinar largos viajes en bus antes y después de los entrenamientos o concentraciones. Sufrió gastritis horas antes de algún examen final, y en ocasiones debió ir a la banca por pedir permiso en aras de avanzar en algún curso, cuando las 24 horas del día sencillamente no le alcanzaban.
“Hoy hago una retrospectiva y me pregunto… ¿cómo hice yo para terminar mi carrera universitaria? Fue algo que nunca dejé de lado y me costó muchísimo esfuerzo, pero forjó mi carácter. Me permitió ayudar a la familia en épocas complicadas”, se enorgullece este profesional, hoy asesor de empresas en materia de alimentos.
El exjugador afirma que las malas decisiones de algunos futbolistas, que en ciertos casos los llevaron a la quiebra, le sirvieron de ejemplo para no desmayar en su meta de finalizar los estudios. Además, eran tiempos en que los salarios que hoy se reciben por correr tras un balón estaban a años luz de lo que se podía ofrecer.

El golpe de Italia 90 y las dos finales perdidas
El golpe de Italia 90 y las dos finales perdidas
Como todo deportista de alto rendimiento, los buenos momentos se intercalan con piedras en el camino. En el caso de Solano las hubo. Y fueron tremendas rocas. Hay dos en particular que aún no se desintegran en su memoria.
El trago de quedar fuera de Italia 90 fue muy amargo. Sin embargo, el exvolante es tan liguista que le dolió más perder las finales contra Heredia en 1985 y aún más ante el Municipal Puntarenas en 1986, en el propio Morera Soto.
Fueron circunstancias y momentos distintos. Actores y escenarios diversos pero, a fin de cuentas, un par de subcampeonatos con verdadero sabor a derrota.
“Contra Heredia se sumaron muchas lesiones y expulsiones. Imagínese que Juan Cayasso tuvo que jugar de lateral derecho. Nos ganaron los dos partidos 1 a 0, el último con gol de Miguel Lacey”, se lamenta.
Mención aparte reviste la serie contra Puntarenas. La voz hasta se le quiebra levemente y, consta en nuestra grabación, que le dolió en el alma lo sucedido. Parece que aún no lo asimila del todo y es un tema que, según revela, evita tocar mucho.
“El técnico Josef Bouska me cobraba el hecho de que faltara a entrenar por ir a la universidad y me dejaba en banca. En el partido del Lito Pérez, que perdimos 2 a 1, no me puso ni un minuto. Yo creí que en el juego de vuelta en Alajuela iba de titular… pero tampoco. Me puso hasta avanzado el segundo tiempo y fui yo el que anoté el gol del empate para el 1 a 1, pero no pudimos remontar. Nunca se lo perdoné”, sentencia Solano.
Esa final perdida marcó un punto de quiebre. Se encaró con Bouska, se fue del equipo y por si fuera poco, firmó con el Deportivo Saprissa. Un desamor que no duró mucho. Tuvo que intervenir el entonces presidente del club, Roberto Chacón Murillo, para romper el efímero contrato y así garantizar el retorno del goleador a su casa. Otra muestra de carácter pero también de riñón liguista.
Su exclusión de Italia 90 se dio por razones más políticas que de carácter futbolístico. Formó parte del combinado tricolor prácticamente en toda la etapa eliminatoria, pero ser el presidente de la primera asociación de futbolistas le costó muy caro.
“Me decían sindicalista y bueno… algunos compañeros se echaron atrás en cuanto a reclamar aspectos que no estuvieron bien en el proceso previo a Italia 90. El mismo Bora decía que yo no encajaba por situaciones extradeportivas. Fue un golpe muy duro quedar fuera”, narra Solano.
La madurez de los años le permitió asimilar el no haber estado en el imborrable verano italiano. Asegura que hubo compañeros que atravesaron la misma situación y aún no lo superan. Nos dijo dos nombres pero nos los reservamos. Detalla que en 1995 Bora Milutinovic le pidió disculpas. Hoy lo saludaría sin ningún problema.
Niega rotundamente que por su cabeza se asomara el retiro tras la ausencia en el primer mundial de una Selección Mayor. Eso sí, acepta que perdió la alegría y el entusiasmo por entrenar. Además, junto a una cirugía de meniscos que lo alejó ocho meses de las canchas, fue un capítulo muy oscuro en su libro de futbolista.
Hay jugadores que trascienden por sus logros aunque no son del equipo que uno apoya. Álvaro Solano es uno de ellos y así lo escribió el periodista José David Guevara Muñoz, quien suele tratar temas deportivos en el diario La Nación.
Saprissista de corazón, Guevara lo evidenció en su columna de opinión, el 7 de abril de 2016.
“… era uno de esos futbolistas que siempre tuvo claro que este deporte es más, muchísimo más, un asunto de cabeza que de piernas.
Sí, era inteligente, pícaro, genial, audaz, creativo, imaginativo, brillante, de ideas y ejecuciones rápidas y sorpresivas. Tenía claro qué hacer con el balón y sin él, qué hacer con los compañeros que empezaban jugando los partidos y los que quedaban en banca, cómo enfrentar a los rivales con sus fortalezas y debilidades, y cómo administrar la presión y la calma”.
Poco que agregar. Alvarito Solano… el barbudo rebelde que se ganó el corazón de los manudos.
“Perder las finales contra Heredia y Puntarenas me dolió más que quedar fuera de Italia 90”.
“A mí no me llevaron a Italia 90 por razones políticas y no futbolísticas”.
“Fui polifuncional. Jugué todos los puestos, hasta de portero en el Lito Pérez casi 30 minutos cuando expulsaron a Alejandro González”.
“El futbol actualmente es muy sobrevalorado. Se paga demasiado y eso hace caer en ocasiones en el conformismo”.
“Yo firmé con Saprissa en 1987, pero fue por desamor. Nunca quise hacerlo, más bien me gustaba meterles goles”.
