artículo DE LA SEMANA

clásicos de ensueño - PArte I

EL PRIMERO DE LA HISTORIA FUE NUESTRO

Un 6 a 5 marcó el inicio de una enconada rivalidad ante el Deportivo Saprissa.

1949

No había ni televisores aquel lejano 12 de octubre de 1949, fecha en que se disputó el primer partido de la historia entre la Liga Deportiva Alajuelense y el Deportivo Saprissa. En Costa Rica vivían apenas 831 mil personas y el Campeonato Nacional lo disputaban solo ocho equipos.

El tiempo y el paso de las generaciones serían los principales testigos del desarrollo de algo que iría mucho más allá de 90 minutos de un encuentro de futbol. La frase trillada de que “son los mismos tres puntos” no calzaría con el paso del tiempo al enfrentarse rojinegros contra morados.

El primer choque entre ambos clubes reflejó el balompié de esa época. Más ataque que cualquier previsión. Goles y más goles. Los resultados evidenciaban sistemas hasta con cuatro delanteros. Así fue esa mañana de miércoles en el Estadio Nacional. Cuentan los relatos que las 10:30 a.m. fue la hora de arranque de ese encuentro que se jugó a estadio lleno.

 

“Eran tiempos en los que Costa Rica estaba bajo el gobierno transitorio de José Figueres, que un mes después dio el poder a Otilio Ulate. Había dos vehículos por cada 100 casas. Todo se olvidó aquella mañana… los aficionados colmaron los graderíos para ver el nacimiento del antagónico duelo que años después se convirtió en el ‘clásico de clásicos’, por las pasiones que desata,” reza la crónica del historiador deportivo Rodrigo Calvo, del 7 de diciembre de 2003, en La Nación.

El partido fue trepidante y en solo 15 minutos ya se contabilizaban cuatro goles, dos por cada bando. Al minuto 87 el marcador registraba un 5 a 5 y a solo 60 segundos para cumplir el tiempo reglamentario, Guido “Balín” Gutiérrez marcó el definitivo y único 6 a 5 registrado hasta la fecha entre morados y liguistas.

Los otros anotadores fueron Francisco Oconitrillo y Horacio “Galleta” Molina, quien marcó en dos oportunidades, al igual que Francisco Zeledón. La Liga tenía entre otras figuras de peso a Nelson Morera, José Luis “Vivo” Quesada y al arquero Oscar Ugalde. Por los morados destacaban Mario “Catato” Cordero, Álvaro Murillo y Rodolfo Herrera.

El legendario Salvador Soto, “el Indio” Buroy, era el encargado de dirigir a los manudos. Su estilo era de vértigo, de buscar el arco rival y de darle mucha confianza al jugador. No en vano, los erizos obtuvieron en ese torneo el quinto campeonato nacional en su historia.

Un 12 de octubre de 1949 nació la rivalidad que, concordamos, debe quedarse solo en el terreno de juego y jamás saltar a las gradas, pero un partido entre la Liga Deportiva Alajuelense y el Deportivo Saprissa nunca será como los otros. El primero fue nuestro y a ninguno le importó que aquel día se cobrara un monto adicional de 25 céntimos para ayudar a los damnificados del catastrófico terremoto del 5 de agosto de ese mismo año en Ecuador, que cobró la vida de más de 5.200 personas… el clásico también nació para ayudar.

1949

¿EL CLÁSICO MÁS DRÁMATICO DE LA HISTORIA?

Edgar Núñez anotó al minuto 89 el gol que le dio a la Liga el campeonato de 1966.​

1966

Tenía solo 17 años de edad cuando anotó el gol más importante de toda su carrera. A la Liga Deportiva Alajuelense se le escapaba el campeonato de 1966 en el segundo partido de la Gran Final. Era la primera vez que se cruzaban manudos y morados para dirimir quién sería el Campeón.

El primer asalto lo ganaron los de Alajuela con anotación del infaltable Juan José Gámez al minuto 42. Ambos partidos, por decisión del Comité Nacional de Fútbol, se jugaron en el Estadio Nacional, y a raíz de un criterio de promedio de goles a favor del Saprissa, si los de Tibás ganaban, automáticamente eran monarcas. Es decir, a la Liga solo le servían el empate o la victoria.

El calendario nos ubica en el viernes 20 de enero de 1967. Era aquella época en que los torneos eran largos, y ni por asomo reinaba la iniciativa de los campeonatos cortos, como se vive en la actualidad.

El reloj marcaba ya el minuto 85, cuando los liguistas se preparaban para invadir el terreno de juego y celebrar el título número 10 de su historia. El 0 a 0 se hacía gigante hasta que un penal transformado por Edgar Marín paralizó a los erizos pues el 1 a 0 le daba el título a Saprissa. Muchos aficionados empezaron a abandonar el estadio hasta que cayó el gol que nunca olvidará Edgar Núñez Alfaro.

 

La voz del eterno líder y capitán Juan José Gámez fue un grito que contagió a los compañeros. La “hormiguita manuda” pidió ir al frente a todos y hasta el portero Roberto Tyrrel se fue a la media cancha. Había tiempo. Había esperanza. Y llegaron aquellos tres tiros de esquina consecutivos.

“Todos nos fuimos para adelante. Todos todos. Me acuerdo que en las dos primeras conas ellos no daban campo para hacerlas bien y el árbitro les llamó la atención. Ya en la tercera sí se corrieron más, el centro me llegó justo a la pierna derecha y bueno… sea bárbaro”. Así recuerda don Édgar el gol más importante de su vida.

Núñez detalla que el réferi no dio ni un minuto de reposición. Bola al centro y en cuestión de segundos llegó el pitazo final que desató un festejo icónico. Hubo caravana, algarabía, abrazos, delirio y representación que en realidad ese campeonato lo ganó una familia más que un equipo de futbol.

“Yo salgo a trotar acá por La Garita y aún me recuerdan el gol los dos… tanto los saprissistas como los liguistas. Para uno es muy bonito eso. El partido fue hace más de 50 años, lo que pasa es que los papás se lo van contando a los hijos y así va la cadena”, comenta con orgullo don Édgar.

Se vivieron instantes realmente dramáticos cuando el árbitro decretó el final de ese segundo y decisivo encuentro. Los seguidores manudos comenzaron a devolverse de pleno Parque Metropolitano La Sabana, mientras que los morados con cierta desesperación  procuraban escapar de un festejo ajeno. No era para menos. La primera final contra el archirrival se les fue en el último minuto de las manos.

1966

EL PRIMER CAMPEONATO GANADO EN SAN JUAN DE TIBAS

Nada ni nadie pudo frenar a Austin Berry rumbo a un gol lapidario en aquella final del 91.

La Liga tenía todo a su favor para volver a ser campeón, aquel domingo 3 de noviembre de 1991. Llegaba a su fin uno de los torneos más largos de la historia del fútbol criollo, el cual inició el 18 de noviembre de 1990. No había más allá. Del Ricardo Saprissa saldría el monarca.

Los erizos dieron un fuerte golpe aunque no definitivo una semana antes. En el primer partido de la Gran Final se repusieron ante un zarpazo de José Jaikel que enmudeció al Morera Soto. Mauricio Montero resucitó al león de penal marcando el empate y Ricardo Chacón desató la fiesta al minuto 72 de ese primer duelo.

Cierto. Se iba con una ventaja de solo un gol a Tibás pero se respiraba confianza y no triunfalismo. Alexis Rojas volaba, “el Chunche” infundía respeto y hasta temor en los rivales, Álvaro Solano era maña y colmillo mientras que Fernando Sosa y Joaquín Guillén eran garantía de seguridad. Ah… y la carta escondida de Austin Berry.

El segundo tiempo arrancó con un Saprissa volcado al ataque, pero de una manera un tanto desordenada. Aún había mucho tiempo por jugar y comenzaron a dejarse espacios atrás que ese estratega de lujo, como era Iván Mraz, jamás pasó por alto.

Uno de ellos fue letal y llegó al minuto 50. Se convirtió en la corrida inmortal de Berry. Esa carrera sin fin que aún los liguistas le recuerdan pese a haber jugado con otros equipos y a que los años lo van dejando sin cabello, pero jamás en el olvido de la retina del manudo. El defensor Max Sánchez nada pudo hacer. Ni un desesperado intento de penal fue fructífero.

“El pase que recibí de Carlos Mario Hidalgo fue prácticamente perfecto. Lo único que pensé fue en correr hacia el marco de Álvaro (Fuentes), y sería mentirle si le digo que pensé en voltear a ver si algún compañero venía cerca. Era el perfil mío y el remate pensé en hacerlo justo por donde entró el gol. Ahí ya sí nos sentíamos campeones”, detalla Berry con absoluta precisión.

Ese gol significó el 3 a 1 global en la serie y Saprissa no pudo reaccionar. Hubo un descontrol total y el timonel morado, Odir Jacques, salió expulsado. La Liga bien pudo aumentar el marcador y cuando el árbitro Rodrigo Badilla decretó el final la locura se desató. Se rompía una sequía de cinco torneos y siete años de no ser campeones. La provincia de los mangos literalmente se convirtió en un manicomio.

1991

EL CLÁSICO QUE DIO UN BICAMPEONATO LOGRADO A PURO CORAJE

La Liga acumuló tres partidos consecutivos contra Saprissa sin recibir goles en contra en 1992.

Se vivía un ambiente de desbordado optimismo durante la mañana de aquel domingo 28 de junio de 1992. No era exactamente triunfalismo. Saprissa tenía un equipo de mucho peso y la Liga arrastraba cansancio por un trajín de partidos tanto del torneo local como de la CONCACAF. Pero había fe en la victoria y la conquista del bicampeonato.

No cabía nadie en el Morera Soto. Era la riesgosa época en la que ni existían las líneas amarillas de seguridad en las graderías y un total de 18.570 aficionados dejaron en las arcas la nada despreciable suma de ₡17.471.900. Créame, estimado lector, que para esos años era una taquilla de lujo.

Lo que sí reinaba dentro del grupo era una mezcla de coraje, hambre de victoria y deseo de tapar muchas bocas. Incluso algunas rojinegras. Llegaba a su fin un torneo de muchísimas adversidades que forjaron un equipo de sobrado carácter con figuras del calibre de Mauricio Montero, Joaquín Guillén, Javier Delgado o Hernán Fernando Sosa, por citar algunos. Capitanes sobraban, algo que no sucede en la actualidad.

Al minuto 32 del primer tiempo llegó el gol de Óscar Ramírez que quizá más ha celebrado la afición liguista. Un pase de antología de Austin Berry derivó en un entrevero en el área morada. La bola le llegó al “Machillo”, quien libre de marca soltó un verdadero obús que ni tiempo de reaccionar le dio al arquero Jorge Arturo Hidalgo. Fue un delirio y hasta el arquero Paul Mayorga salió corriendo a festejarlo a la banderilla del tiro de esquina del marco rival.

El segundo tiempo fue de una completa ida y vuelta. Saprissa apretaba con todo pero la Liga respondía, y ante un servicio de lujo de Juan Carlos Arguedas, Ramírez casi anota el doblete tras estrellar un remate en el horizontal. Comenzaba a oler fuerte a bicampeonato.

“Teníamos un grupo lleno de hombres más que de nombres. Todos los sábados nos reuníamos en alguna casa la noche antes de los partidos para compartir un rato y nos decíamos las cosas en la cara sin ningún resentimiento de nadie. Eso se reflejaba en la cancha y en los resultados. Muchos ni creían que podíamos llegar a la final y así fue”, detalla el portero Mayorga, quien fue un bastión para ese cetro.

El carismático guardameta selló un promedio envidiable en esa temporada. Solamente encajó 11 goles en contra recibidos en un total de 33 partidos, para un promedio de 0,33 anotaciones por juego.

El cierre de ese clásico no estuvo exento de dramatismo. Un centro de Benjamín Mayorga casi llega a la cabeza de Evaristo Coronado, de no ser por el desvío atinado de “el Candado” Guillén, quien le hizo honor a su apodo y ahogó un grito de gol morado que hubiera obligado a los tiempos extras. Fue la última llegada de apremio.

Pocos minutos después de esa salvadora acción, Berny Ulloa decretó el final y cayó el telón de un sufrido torneo. La Liga llegó a su cetro 17 de la mano del entrenador checo Jan Postulka. Un bicampeonato histórico. Dos veces consecutivas monarcas ante el archirrival de toda la vida. El coraje y el amor propio, sin duda, fueron los principales ingredientes de ese trago tan dulce.

1992

UNA PANTERA ENDEMONIADA

Richard Smith marcó un doblete de un 4 a 0 fraguado en mágica noche

Quizá muchos aficionados consideren que los dos goles anotados por Richard “la Pantera” Smith contra la Selección de México, fueron el principal doblete que consiguió en su carrera deportiva. Pero no es así.

Hubo otro también de mucho significado para el recordado volante que formó parte de una paliza histórica al archirrival. Fue un encuentro de un solo dominador en el que incluso la Liga Deportiva Alajuelense se dio el lujo de malograr un penal. Se jugó una fresca noche del 5 de junio de 1993, en la que Smith hizo literalmente lo que quiso.

Ese clásico tuvo lugar en el Morera Soto. Era parte de la Fase Final del Campeonato 1992-1993 en que el Club Sport Herediano obtuvo el cetro ante Cartaginés. La Liga tenía un plantel muy competitivo y muchos consideran que debió llegar más largo. Pero al menos en ese partido fue una aplanadora.

El marcador lo abrió la propia “Pantera” tras un derechazo en una jugada que nació de un saque de banda del defensor Ricardo Chacón. El talentoso volante, Roy Myers, vio la tarjeta roja directa en el primer tiempo, tras una “plancheta” a Javier Delgado que quizá aún le duele. Saprissa no pudo contener esa avalancha y en la segunda mitad se veía venir una paliza. 

El propio “Sheriff” marcó el 2 a 0 en el segundo tiempo merced a un extraño cabezazo que “bañó” por completo al arquero morado Geovanny Ramírez. Luego, Claudio Jara se reivindicó del penal malogrado con un fulminante misil de larga distancia para poner el 3 a 0.

El 4 a 0 fue de lujo. Richard Smith parecía incansable esa noche. A pocos minutos del final, cuando Saprissa lo único que quería es que se acabara el partido, recibió un balón filtrado y dentro del área le hizo un amague a Vladimir Quesada para luego rematar rastrero y decretar su segunda diana del encuentro.

“Los clásicos de esa década eran de verdad bien ‘bravos’. A veces había entradas a morir, nosotros esa noche jugamos con todo lo que teníamos… hasta usamos el famoso declive de la cancha hacia el marco donde están los camerinos para aprovecharlo en el segundo tiempo. Fácil pudimos meter más goles”, recuerda “la Pantera”, hoy dedicado a la locución, motivación espiritual y análisis de fútbol en varios programas deportivos.

Smith, quien defendió la camisa rojinegra entre 1988 y 2008, recuerda a la perfección ese partido, no solo por el doblete y la goleada, sino también porque la directiva de aquel entonces le prometió un chompipe al mejor jugador del encuentro. Todavía lo está esperando. Tal vez le llegue después de esta publicación…

Aquella noche se vivió un clásico de una sola cara. Salvo dos intervenciones de José Alexis Rojas, la Liga fue, como bien decía el popular narrador Roger Ajún, una máquina. En ese campeonato quedó el sinsabor de que había equipo para alzar la Copa; pero, al menos en ese partido, el aficionado se marchó con un enorme sabor de boca.

1992-1993