EL ATEMPORAL ALEJANDRO MORERA SOTO

Para muchos el mejor jugador nuestro de todos los tiempos, o bien el “futbolista costarricense del siglo”, según la Federación Internacional de Historia y Estadísticas de Fútbol, con sede en Wiesbaden, Alemania. Alejandro Morera fue por demás de esos hombres que se inscribieron en la historia porque con la misma tenacidad y capacidad con que driblaron y encararon defensas, porteros y rivales, decidieron encararla y superarla, entendiendo el fútbol de una manera distinta, cual si fuese un mantra vital: “Un partido de fútbol es la vida misma. Y es claro: hay emoción, alegría, tristeza, amargura e incertidumbre, en el transcurso de los 90 minutos“.

Su impronta deportiva constituyó un abrupto avance en un futbol nacional, entonces cercano a las canchas abiertas y aún distante de cualquier atisbo de profesionalismo. Sí, Morera Soto fue un adelantado a su época. El mayor de cinco hermanos, fue un modesto muchacho alajuelense de también modesta complexión física (midió 1,65 metros y calzó 35), que no temió cruzar el Atlántico -cuando era una verdadera aventura hacerlo- para hacer del futbol su oficio, su forma de entender la vida y su arte.

Equipo de 1928.

No solo fue el primer gran profesional que produjo el fútbol costarricense, sino también nuestro primer gran referente deportivo, bien sea por su capacidad goleadora, como por los principios que encarnó, dentro y fuera del terreno de juego, definido así, en palabras de Ricardo Saprissa: “Alejandro encarnó el prototipo del deportista, por habilidad, dominio, concepción rápida de la jugada, serenidad, voluntad, singular modestia y noble caballerosidad“.

Su trayectoria es conocida y bien documentada: Un todavía adolescente Morera Soto, admirador del recién formado equipo del cual formaba parte su vecino, José Luis Solera, ganador de la Medalla de Plata de los Juegos Centroamericanos de 1921; debutó con Liga Deportiva Alajuelense en 1925, contando apenas con 16 años de edad. Su rapidez, reflejos e intuición de la jugada, lo coronaron como campeón y goleador, en los torneos de 1927, 1928 y 1930. Tuvo un tránsito breve pero exitoso jugando para El Fortuna y el Centro Gallego del futbol cubano, en aquel entonces, mejor organizado y remunerado que el costarricense, antesala hacia ligas extranjeras más competitivas. “De los jugadores debutantes, el héroe ha sido Morera, de sólo 18 años, que ha demostrado saber lo que es el fútbol, driblando, pasando y chutando. Por encima de todo, Morera sentó cátedra de fútbol y fue el mejor de los 22“; diría de él el diario local El País, en 1928. 

Recordado y aun imbatible es su récord personal de 7 goles en un mismo partido internacional, frente a El Hércules de El Salvador en 1930, que terminaría en un aplastante 11 a 0 y una fractura de tibia y peroné, cuando se disponía a marcar el octavo tanto. Tenía 19 años y no podían detenerlo. 

1931. Alejandro Morera Soto al centro.

Son recordadas también sus participaciones en las giras que llevaría a cabo Liga Deportiva Alajuelense en Perú y México en 1931, así reseñado por la prensa mexicana: “El enorme Morera. Se consagró como el mejor jugador que hemos visto. Se anunció como el Mago de la pelota, pero nosotros lo llamaríamos Alejandro Magno, emperador del balón. Su manera de correr la pelota es única. Y sus otras aptitudes lo convierten en una figura mundial de este deporte”.

1931. Alejandro Morera Soto a la derecha, con boina.

Desechando ofertas de clubes de México y Argentina, en 1933 desembarcaría en Barcelona, en una España republicana e incipientemente convulsa, desde la cual escribiría estas líneas a don Juan Morera Miranda, su padre: “Tenemos que llevar una vida muy seria y si no fuera así, Ud. sabe bien que acostumbro portarme con ejemplar corrección. Esto de ser profesional en fútbol es más serio de lo que yo me imaginaba”.

 Se perfilaba así el profesional y el ícono. El FC Barcelona era ya un gran equipo europeo, que contaba regularmente con la presencia de valiosos jugadores extranjeros. Si bien otro costarricense, don Carlos Soley Güell, alcanzó a jugar tres partidos para dicho equipo en 1899, año de fundación,Morera logró abrirse paso con goles y talento: 10 anotaciones en 9 juegos durante su primera temporada, 43 en la segunda y 15 en la tercera. Campeón de la Copa Cataluña de 1934 y anotador de 2 dianas propinadas a la Selección Olímpica de Brasil, este mismo año.

Pasaría luego a un recién ascendido Hércules de Alicante, siendo así el primer extranjero en fichar para dicho club, parte de su primera planilla en la primera división española.

La prensa catalana no tardaría en reprochar su partido a su antiguo club, en su regreso a Les Corts, portando la casaca blanquiazul alicantina: “Morera, que saltó ayer al campo dispuesto a dar el máximo rendimiento, realizó un partido formidable. Es inexplicable que el Barcelona se desprendiera de este jugador, que supera a todos los que forman la vanguardia azulgrana. Fueron mejores catadores los directivos herculanos, que hoy

Las bombas de la Guerra Civil Española iniciada en julio de 1936, despedazarían su prometedora carrera española. Apremiado y sin dinero, debió jugar algunos partidos en Le Havre, Francia; para poder ayudarse con el dinero de su regreso. La caravana que lo recibió desde Limón, pasando por Cartago, en noviembre de 1936, le  tuvo y paseó como un héroe.

 Regresaba así al futbol nacional su principal exponente, quien no tardaría en lograr sus primeros reconocimientos: el Campeonato Nacional de 1939, en el cual despuntó como goleador del torneo, anotando tres goles en la final contra el Herediano. Actuando en doble condición de jugador y de técnico, obtuvo el Campeonato Nacional invicto de 1941 y el Campeonato de 1945. Sus únicos dos ex compañeros de esta época que aún sobreviven, recuerdan su capacidad y talento afable.

1945. Gira a La Habana, Cuba.

A sus 91 años, el memorable “Aguilucho”, don Carlos Alvarado, se emociona al recordarlo como un “padre”, un prohombre y mentor en el plano personal, ciudadano y futbolístico, “a quien le debe toda su carrera”.  Con sus 100 años cumplidos y lucidez a toda prueba, don Álvaro Rojas Espinoza, goleador del torneo invicto de 1941, ingeniero agrónomo retirado, ex dirigente manudo, ex congresista y ex viceministro de Agricultura, le recuerda indisputablemente como el jugador “de más categoría” que tuvo oportunidad de ver o conocer.

Su retiro definitivo del futbol en 1949 iniciaría su transformación de ícono a leyenda, culminando con el bautizo del estadio que desde 1966 lleva su nombre, y que desde 1995 custodia su corazón en el mausoleo de la gradería de sombra este.  

Si bien exploró otras facetas como agricultor, ejecutivo municipal e incluso diputado durante la Administración de Mario Echandi, un omnipresente “Jandro”, es recordado por varias generaciones posteriores de futbolistas liguistas, que van desde Gilbert “El Brujo Castro”,  Javier “Zurdo” Jiménez o Álvaro Solano; como una persona siempre vigilante de su desempeño, presto a enseñarles bien fuese a patear, colocar el pie o cualquier aspecto técnico que considerara de interés. 

Alejandro Morera Soto supo vislumbrar en el futbol, algo más que un deporte. Supo entenderlo, como en la actualidad se hace; como herramienta didáctica, de automejoramiento y comunicación social: “El fútbol es la mejor lengua en la que se pueden entender los hombres y la educación, el mejor fundamento para el convivio con los demás. Por ello, a los jugadores debe enseñárseles la forma de cómo comportarse en el campo de juegoEl fútbol es inteligencia y capacidad física, fundamentada en el señorío, la caballerosidad y la humildad. Nunca debe ser matonismo, porque la vida del ser humano se hizo para servir a los demás. Si la vida hay que darla en un campo de juego, la vida se da”.

En el inicio de un nuevo siglo para este equipo, su legado se mantiene vigente y atemporal.  ¡Gracias, don Alejandro!

Estatua Alejandro Morera Soto, Parque de Palmares. Obra del escultor Edgar Zúñiga