Artículo de la semana

El reloj de don Otilio

Navidad de 1950. La fanaticada abarrotó la “Tacita de Plata”, para alentar al Campeón Nacional en su choque contra el poderoso Boca Juniors de Argentina, con jugadores de la talla de Colman, Mangelli, Ferraro y José Manuel “El Charro”Moreno”, para muchos, el mejor jugador del mundo durante la década de los años cuarenta.

 En las inmediaciones del estadio, en los todavía solares y potreros de Mata Redonda, había nacido la práctica del fútbol costarricense, siete décadas atrás. Un año antes, en una Costa Rica que todavía olía a pólvora, el alajuelense Otilio Ulate Blanco tomaría posesión como Presidente de la República, dando inicio a la primera de muchas ceremonias de traspaso de poderes, que se celebrarían en el Estadio Nacional.

 En aquella Navidad, don Otilio como dedicado del partido, contemplaba ansioso el desarrollo del juego desde el palco de honor.  Boca exhibió el sello característico del fútbol argentino de entonces: un exuberante dominio del balón, siempre transitado a ras del suelo, en un juego adornado de gambetas y preciosismo técnico. En el minuto cinco, Jorge José “El Chino” Benítez abriría el marcador para el equipo xeneize. La Liga opuso velocidad, coraje defensivo y combinaciones.  Poco a poco, creció la confianza del equipo, hasta lograr en el treinta y cinco, el ansiado empate en la forma de certero disparo, a media altura de Miguel Ángel “Chumpis” Zeledón.

La prensa de la época destacó la gran actuación del portero barbareño Carlos “el Aguilucho” Alvarado, quien logró cerrar un balón a Juan José Ferraro en sus propios pies así como detener un peligroso disparo a cinco metros de distancia. En el epílogo del segundo tiempo, el árbitro Alvar Masís, decretaría la pena máxima luego de una polémica mano de José Luis “Vivo” Quesada Soto. El estadio enmudeció frente a la inminencia del gol que daría la victoria a Boca en aquel juego amistoso. Espacio solitario del heroísmo o el fracaso, el arco le permitía a Alvarado observar un juego que nadie veía y entender a su manera, lo que se suele reducir a un mero azar del destino.

 En sus manos que no conocieron guantes, quedaría triturado el lanzamiento del puntero izquierdo Marcos Busico, a quien de previo había encarado y sentenciado: “Usted a mí no me mete este gol”. Al terminar el encuentro, la fanaticada se botó a la cancha para sacarlo en hombros. Los casi 24.000 asistentes  acordaron llamar victoria aquel empate, exigiendo entregar la copa de premio al guardameta Alvarado.

 Don Otilio se decantó por una decisión más salomónica que diplomática, entregando la copa al internacional Boca Juniors como cortesía por su paso en estas tierras, pero  dio su valioso reloj de pulsera, de oro puro, al “Aguilucho” Alvarado. Don Carlos devolvería el reloj a don Otilio pocos días después,  y el mandatario se lo sustituyó por otro igualmente valioso, que aún conserva con cariño.  También guarda indeleble en su memoria, el recuerdo de aquella tarde en la protagonizó junto a sus compañeros de equipo, una de las más bellas páginas de la historia del fútbol nacional.