ENTREVISTA DE LA SEMANA
Errol Daniels
El artillero histórico al que no le gusta la fama y admira a Mcdonald.
La noche era muy lluviosa aquel 14 de abril de 1971, en El Llano de Alajuela. La Liga perdía 1 a 0 ante su afición. El segundo tiempo se acercaba a la mitad y había impaciencia. Eduardo Viso Abella le pidió a su delantero estrella unos 25 minutos más antes del cambio. Urgía el empate ante Barrio México.
Errol Daniels Hibbert jamás se iba a negar. Su temple de goleador no se le permitía. Sentía que podía anotar. En un contragolpe, se filtró un pase que el atacante impulsó para correr frente al marco. La cancha mojada elevó la velocidad del balón. El destino produjo un choque que aún se mantiene indeleble en la memoria de los presentes en el Estadio Alejandro Morera Soto, ese frío miércoles.
Cuando la cancha se torna resbalosa y un portero se arrastra con todas sus fuerzas para anticipar el balón ante un rival, lleva las de ganar. Así le sucedió a Freddy Jiménez Luna, quien se rifó el físico sin dudarlo un instante. El ídolo liguista no se levantaba. Pasaban los minutos. El artillero no podía caminar. El silencio invadió las graderías. Se escuchaba más la lluvia.
Fractura expuesta de tibia y peroné en la pierna derecha. 18 meses fuera de las canchas. Una grave lesión que minó su capacidad goleadora, y que evitó, quizá, decenas de goles más en su palmarés.
“Ah, sin esa fractura yo fácil superaba los 200 goles. Nunca fui el mismo jugador después. Con el golpe se me salieron los huesos. En el camerino me los limpiaron y me inyectaron. Cuando me di cuenta, estaba en la Clínica Católica”, recuerda Daniels.
Con palpable sinceridad, el máximo goleador en la historia rojinegra expresa que no hubo ninguna mala intención del arquero. Incluso, lo considera un amigo. Se ven a menudo y del tema ni hablan. Aquella noche, Errol se quitó las espinilleras de bambú debido al peso que ganaban con la lluvia y la doble media de paño que se usaba. Afirma que con ellas no se hubiera fracturado, pero lo considera mala suerte y no hace drama. Tanto es así, que aún las guarda en casa.

Binomio letal con su “hermano” Juan José Gámez
La conversación inició con un Errol Daniels un tanto tímido, en una soda-restaurante en el corazón de Guadalupe, cerca de su casa en Calle Blancos. Sabíamos que así sería. Seguimos el consejo de Alvarito Solano, quien fue uno de los que vio la fractura en el Morera Soto. Nos aconsejó que le preguntáramos por Juan José Gámez. Ahí se rompió definitivamente el hielo.
“Yo estuve en una época de jugadores con muchísimo talento. Chalazo Vega, Palomino Calvo, Emilio Sagot, Walter Elizondo… pero Juan José Gámez era otra cosa. De verdad era un fuera de serie, y, además, para mí fue como un hermano siempre”, rememora con voz pausada y reflexiva.
Durante más de una hora accedió a conversar de todo: la terrible fractura, su polémica salida de la Liga y el deseo de venganza que su padre no le permitió. Su mejor gol, las razones de su éxodo a Estados Unidos y las causas por las que no le gusta ir al estadio. Habló muy bien de Jonathan McDonald, y hasta se permitió darle un consejo a Ariel Lassiter, con regaño incluido. Le sobra autoridad a don Errol.
Oriundo de Guácimo, Limón, a los 6 años ya vivía en Calle Blancos, Guadalupe. Su carrera como futbolista no tuvo ninguna estación en el Caribe. Gracias a una beca deportiva en el Colegio Saint Francis, comenzaron sus destellos en la red. El entrenador de ese centro de estudios, Rogelio Rojas, pulió sus primeros pasos. Él lo recuerda siempre. Incluso como un maestro.
El corazón de Errol Daniels es rojinegro, pero se ríe al aceptar que de niño era herediano y admiraba a los futbolistas de ese club. Tenía que ingeniárselas con amigos para ir a verlos. No eran aún épocas de televisión.
“Yo me hice herediano de chiquillo, porque iba mucho al estadio a ver un equipazo que tenían con Danilo Montero y Cuico Bejarano, entre otros. Además, en ese tiempo los ‘carajillos’ le llevábamos los maletines a los jugadores, entonces nos dejaban entrar gratis a los partidos y uno se identificaba mucho”. Sigue sonriendo.
Caso curioso es que Daniels nunca ha vivido en Alajuela. La plaza de Calle Blancos fue el lugar donde, en las eternas mejengas, se notaba que era mucho más que un adolescente detrás de un balón. Así lo presintió un amigo de la familia, Francisco Rodríguez, quien lo llevó a hacer pruebas a las reservas de la Liga, Cartago y Heredia, sin éxito.
La insistencia de Rodríguez dio resultado. A esas pruebas en ocasiones iban decenas de jóvenes. En un segundo intento en las tiendas rojinegras, el entrenador de las divisiones menores, Guido “Balín” Gutiérrez, le dijo, junto a su hermano Floyd Daniels, que se quedaran. Así comenzó su historia escrita en rojo y negro.
En 1964 se dio el ascenso a la Primera División. Eduardo Viso Abella vio en él condiciones especiales. No lo dudó mucho. De una vez lo incluyó en la lista de jugadores que viajó en marzo de ese año a Honduras a participar en un encuentro frente al Olimpia.
En esa gira, el ariete comenzó a acumular minutos. Inicialmente como puntero izquierdo. Con la salida del atacante Juan Ulloa llegó su posición ideal: la de centro delantero.
La habilidad de Daniels quizá fue innata. Irrepetible. Sin embargo, en una extensa fase de la conversación profundiza sobre Viso Abella, director técnico de origen español que dejó un valioso legado en el fútbol costarricense.
“Yo me enojaba con él porque me ordenaba que me quedara después de los entrenamientos como una hora, mientras mis compañeros ya se habían ido. Me enseñó a ubicar el cuerpo para patear con izquierda y derecha, a cabecear hacía abajo y no para arriba. ¡Algún día me lo vas a agradecer!, me repetía siempre”.

Cifras impresionantes en la red
La cantidad exacta y fidedigna de goles que Errol Daniels anotó en su relativamente corta carrera deportiva, se desconoce. Una de las cifras que más se registra es la de 196 goles. Por eso lo buscamos, le preguntamos y lo escuchamos. Y fue muy claro. Un poco imcómodo.
“Yo anoté más de 200 goles. No se contabilizaron los que metí antes de aquel partido contra Cartago, en 1964, cuando anoté dos. Ya antes, en giras y otros partidos oficiales, hice otros, pero es que no están registrados”. Claro y conciso. Le incomoda un poco el tema. ¿A cuál delantero le gustaría que no le acrediten un gol?
Si bien es cierto el futbol de antaño era más ofensivo, la capacidad goleadora de este limonense era excepcional. Los números que sí están contabilizados con fechas específicas son fuera de lo común, y se debe tomar en cuenta el retiro a la temprana edad de 27 años.
El artillero obtuvo seis títulos de goleo, cinco de ellos en forma consecutiva. Además, ostenta el récord de más anotaciones en partidos consecutivos, con 11, en el campeonato de 1967.
Los números y las estadísticas lo turban un poco. Por el contrario, encuentra claridad y contundencia al responder por su mejor gol. Fue uno olímpico al Deportivo Saprissa, nada menos que a Mario “Flaco” Pérez, uno de los mejores porteros en la historia del club morado.
“Fue un golazo, porque la bola entró a media altura. Geovanny Rodríguez (defensor del Saprissa), se quitó del poste. La bola le pasó cerca del estómago y entró. Flaco Pérez se le quedó viendo como diciéndole… ¿Qué estás haciendo? Ese clásico lo ganamos”. Ahí vuelve a sonreír y se le ilumina el rostro. También recuerda otro gol olímpico; en este caso con la Selección Nacional ante El Salvador, también en el Nacional.
Vistiendo la camisa tricolor, Daniels participó en los Mundiales de Inglaterra 66 y México 70. Anotó 8 goles en 19 partidos. Confiesa que ahí la competencia era mucho más dura que en la Liga. Debía batirse con jugadores de la talla de Víctor “el Cholo” Ruiz, Guido Peña y Eduardo “el Flaco” Chavarría.
Desde el 2000, y para muchos de forma tardía, integra la Galería del Deporte Costarricense, al lado de figuras como Claudia y Sylvia Poll, Carlos Alvarado, Juan Soto París y Alejandro Morera, entre otros.

La ingrata salida de la Liga y el éxodo a Estados Unidos
Después de la fractura, lamentablemente, Daniels no pudo ser el mismo en la cancha. Recuerda que en aquellos años había pocos ortopedistas; las terapias de recuperación se enfocaban más a accidentes laborales y de tránsito. Fue un año y medio fuera de las canchas.
“Recuerdo que un jueves por la noche teníamos un partido de fogueo. Yo entré al camerino y nadie me hablaba, nadie me saludó, todos bajaban la cabeza. Y bueno… me encontré una carta de la directiva que decía que prescindían de mis servicios. Guardé la carta en el maletín y me fui”. Palabras que nos paralizaron. Fue una decisión de la junta directiva y del director técnico Alfredo “Chato” Piedra.
Daniels acudió al llamado para ayudar al Municipal Puntarenas a ascender a la Primera División. Jugó algunos partidos sin lograr el objetivo. Poco tiempo después, y aceptando la recomendación del directivo “Monchillo” Coll, volvió a entrenar con la Liga. Pero tenía sed de venganza. Finalizaba 1973.
“A mí me iban a contratar por ₡40 000, y yo con ese dinero me iba a ir a Estados Unidos porque allá estaban mis papás. Se las iba a hacer. Ya yo tenía el pasaje, pero mi papá (Vicente) me frenó. Él es un sabio y me dijo: ¡no borre con una mano lo que hizo con la otra!”. El consejo de su padre pudo más. En enero de 1974 comenzó a hacer vida en Nueva York. Ahí se dedicó al comercio de abrigos de piel.
En Estados Unidos entrenó unos meses con el Cosmos, pero temas de racismo le quitaron toda gana de seguir con la pelota. Hoy vive bien y niega que le disguste estar en Costa Rica. Reparte su tiempo entre su familia de allá y la de acá.
Daniels corre todas las mañanas con su esposa en las inmediaciones de la Piscina Municipal de Guadalupe. Tiene cinco hijos y 11 nietos. Es fiel seguidor del Barcelona y no le gusta ir mucho al estadio porque no disfruta el partido. Decenas le piden opinión de tal o cual jugador. Por esa razón, junto a su amigo Víctor “Palomino” Calvo, piensa comprar uno de los nuevos palcos para poder ir más tranquilo. Inconcebible…

Un mensaje a McDonald y otro a Lassiter
Errol Daniels siempre escuchó consejos a lo largo de su carrera deportiva. Por esto considera que es útil su experiencia para darlos ahora. Siempre ha creído en Jonathan McDonald. En lo más mínimo le importó que superara el récord del liguista más anotador en clásicos. Al contrario, se siente orgulloso de haberlo ayudado en los instantes más oscuros de su carrera.
“Mac le pone mucho amor y tiene mucha fuerza, pero él ocupaba ayuda como persona. Se hablaba de multas y de dejarlo transferible, cuando lo que necesitaba era que lo ayudaran. Yo le dije que buscara apoyo, que no falte a ninguna sesión de terapia y que leyera… mucha lectura, eso le da tranquilidad”, comenta en un punto de la conversación en la que ya no había silencio alguno.
Daniels cataloga a Jonathan McDonald como un goleador de raza, y mantiene comunicación con él. Le satisface que el delantero lo escuche e incluso que le haga caso. Sostiene que hace mucha falta en la Liga.
No se pierde un solo partido, aunque vaya poco al estadio. Esto le da licencia para tener una visión más clara sobre el acontecer del equipo. De los jugadores más recientes le atrae Ariel Lassiter. Eso sí, tiene algunas observaciones que nos compartió.
“Este muchacho el 11…¡Lassiter! tiene condiciones, se los digo. Pero eso sí, tiene que estar el entrenador encima de él. Debe correr más, meter más, y en un año de fijo pega en la Selección; van a ver”, nos dice con evidencia de que le gustaría que alguien rompa todos sus récords.
Daniels quizá no sea tan expresivo o emotivo, pero no esconde que le duele la sequía de títulos que atraviesa la institución. Detalla que lo más urgente es revisar el tema de la preparación física, para evitar tanta lesión, que en su época costaba ver pese a marcas mucho más férreas y canchas en peor estado.
No le niega una foto a nadie. Mucho menos un saludo, “sería un caballo si hiciera eso”, nos dice con exageración. Evita ser reconocido. Se sonroja un poco cuando se acerca alguien y le agradece todo lo que le dio a la institución pese a su temprano retiro y a una salida que no debió darse así.
Le dimos un fuerte abrazo, que él no correspondió del todo. Se fue caminando como uno más en pleno parque de Guadalupe, entre palomas, algunos vendedores y gente apresurada de un jueves terminando la hora de almuerzo. Otra entrevista le esperaba a un goleador histórico que será prácticamente imposible alcanzar.
“Juan José Gámez era mi hermano, nos entendíamos a la perfección. Yo sabía dónde iba a ir el pase, y él sabía dónde darme el balón”.
“El campeonato del 70 fue increíble. Lo ganamos, y todavía faltaban cinco partidos para que terminara. A todos los equipos les metimos mínimo cinco goles”.
“En mi época éramos muy solidarios. Si un compañero ganaba menos dinero, lo apoyábamos. Íbamos al cine o a comer juntos antes de los partidos”.
“McDonald le pone mucho amor, yo le dije que buscara ayuda y por dicha me hizo caso. Ahora le dan y le dan y ya no se enoja tanto”.
“A nosotros nos llevaban en una busetilla a entrenar al Volcán Irazú a las 4 de la mañana. Nos ponían a correr por toda la montaña”.

