Artículo de la semana
LOS DESTINOS DEL “SHERIFF”
JAVIER DELGADO PRADO
Nos esperaba fuera del garaje de su casa de habitación en una semirrural Santa Bárbara de Heredia, hacia donde el futbol y la vida lo llevaron hace ya varios años y desde cuyas montañas, aun ataviadas del verde intenso del follaje cafetalero, se puede apreciar el centro de la ciudad de Alajuela. Este ha sido su oasis familiar en momentos duros que siempre ha tenido la fortaleza de enfrentar y superar. Su casa, como su trayectoria, se han ubicado a una prudente distancia que le ha permitido explorar nuevos derroteros profesionales como jugador y entrenador, pero siempre con la suficiente cercanía con un equipo del que reconoce “todo lo que yo soy deportivamente, se lo debo a la Liga”, recalca y puntualiza con ecuanimidad que “estando en otros equipos la gente me sigue identificado como liguista, me cuesta convencer a la gente de que cuando uno llega a otra equipo, uno es profesional”.
Javier Delgado Prado recién ha cumplido 51 años pero se mantiene en muy buena forma. Con su natural postura erguida, manos en la cintura, cual gendarme o “sheriff”, su aspecto es casi atemporal. Al preguntársele por qué la afición le recuerda con tanto cariño, expresa que “nunca fui el mejor pero si procuré ser el más disciplinado” y es que si bien ha conocido el éxito en etapas tempranas, tanto en su doble faceta de jugador como de director técnico, más tempranos fueron los retos y necesidades que debió encarar este miembro de una familia de cinco hermanos dirigido por una madre cabeza de familia, en el Barrio Cuba de los años setenta y ochenta.
“Mi ejemplo es mi madre, hasta con tres trabajos, llegaba en la noche a atendernos cocinar y atender la casa, una mujer muy luchadora”. “Yo soy lo que soy por el ejemplo que ella nos dio” diría a un medio nacional al ser entrevistado años atrás. Descollaba en una posición totalmente diferente a la ejercida en su etapa de profesional: “yo era delantero, delantero y goleador. En todos los equipos donde estuve siempre fui goleador. Cabeceaba muy bien”. Sin complejo alguno, admite su afición de niño por el equipo rival “Yo fui a probar a los moscos de Saprissa, como un niño de los barrios del sur, era seguidor del Saprissa. El primer partido al que fui, fue un clásico, la Liga ganó con un gol de cabeza de Luis Quirós. En el estadio estaba “Sobito” Adrián Dotti. Me iba hasta lo más arriba y desde ahí veía el partido. Narra que a las pruebas asistió durante algunos días, pero no pudo regresar por no tener dinero para “los pases”. “…ya estaba jugando con la tercera división de Barrio Cuba, con los viejos, con los grandes, pero había perdido toda esperanza de jugar futbol profesional”, aclara.
El destino, sin embargo, tenía otros planes para él y su familia. Una dolorosa prueba de vida simultáneamente asociada a una prueba con el equipo erizo. “Mario Carmona trabajaba a la DEFYD y don Mario por el tema académico, de los cursos, conocía a Jorge León, en aquel entonces encargado de las promesas de LDA. Carmona le dijo que tenía tres muchachos que si los podía mandar a probar. En mi casa el único liguista era mi hermano Reiner y todos los demás éramos saprissistas y nunca supe por qué lo era. Reiner, que era mayor que yo, padecía de epilepsia. El día antes de ir a hacer las pruebas con la Liga, me tocó ir a despertarlo. Tenía entonces 27 años y yo 20. Lo encontré muerto. Llamamos a la ambulancia pero ya no había nada que hacer. Yo pensaba que él se hacía…para no trabajar, es mi gran remordimiento…..mi ánimo estaba por los suelos pero yo tomé eso, la prueba, como para darle a él la satisfacción de estar en el equipo que él seguía ; la oportunidad que yo había estado esperando. Lo enterramos y al día siguiente me fui a hacer las pruebas. Llegamos como 110 muchachos y sólo nos dejaron a dos, Me quedé como delantero”.
Casi de inmediato, en 1988, vendría su segunda prueba de vida cuando “Empezó el torneo y yo no encontraba el marco por ningún lado. Jorge León me tuvo mucha paciencia y me fue reubicando…diversas posiciones hasta que llegué de defensa. Ahí estaban Gámez y la generación de los carasucias, pero casualmente vino la segunda venida de Iván Mraz.(…) Un día en el bus de promesas, Víctor “Mingo” Reyes se subió al bus para un entrenamiento y Reyes me dijo… Javier, bájese, le respondí entonces, ¿qué pasó, Mingo? Bájese porque se va quedar entrenando con la mayor. Después me di cuenta de que quien me seleccionó fue Iván Mraz, él le dijo a Juan José que me comenzara a entrenar y así empecé. (…) Mis dos momentos de madurez fueron, lo de mi hermano y la reubicación de puesto de delantero a defensa.

Hernán Sossa estaba de líbero, pero a la Liga le faltaba estatura en la defensa y tuve yo mi oportunidad …hacía poco había terminado el Colegio Técnico medio en Contabilidad. En 1990, con 21 años, formaba ya parte del primer equipo que aun conservaba en sus filas a varios jugadores como Álvaro Solano y Oscar Ramírez que habían participado del último campeonato en 1984. Su formación técnica en Contabilidad en el Colegio Técnico de Calle Blancos, tuvo sus consecuencias pues “….como yo sabía de contabilidad…Mauricio y Álvaro, los más pintados, me metieron en la comisión de negociación de premios con la directiva…yo superé eso de ser novato en poco tiempo y, además, salimos campeones en el primer torneo”.
Su debut fue particular y diverso al de sus mejores sueños de niño, ya que “Con ocasión de una pretemporada en Europa luego de Italia 90…. yo en realidad debuté fuera del país, en Austria contra el Rapid de Viena época de Gámez y Mraz de gerente deportivo. Fuimos tres de promesas, Gámez nos dijo, muchachos, quedan tres campos…aprovechen la oportunidad que es única, pero, si viajan deben ayudarle al utilero…y no nosotros le dijimos que ¡claro que sí!… ¡era mi primer viaje, imagínese! Peynado se lesionó y entonces yo tuve oportunidad de jugar como titular. Me fue tan bien, tan bien, que entonces me dejaron de titular el resto de los partidos …y diay…..dejé botado al utilero”, ríe esta vez de manera socarrona.
Su opinión sobre Iván Mraz es “conteste con el agradecimiento que le profesa”. “Marcó época desde el punto de vista técnico. Salía con Álvaro Solano de delantero falso que entraba en apoyo de Richard Smith o de Luis Quirós. (…) Gracias a su mediación, mi primer torneo debut yo lo jugué de titular. así me consolidé. Yo caí en gracia con don Iván desde el principio, siempre me habló de frente. Yo lo veo como mi padre futbolístico, me acuerpó y me hizo ser mejor persona y mejor jugador…. con los vagos e indisciplinados, él no era cómplice. Él solía tener su propia valoración a partir de sus propias estadísticas…un hombre de blancos o de negros que no conocía el gris, yo tuve oportunidad de tenerlo en las dos versiones: como gerente y como técnico”.
Vendrían luego los éxitos y campeonatos para el novel jugador en 1991 y 1992. Su paulatina consolidación profesional se acompañaría de un natural ejercicio de autoridad que mostraba con gallardía en el terreno de juego. Fruncía el ceño. Gesticulaba constantemente. Exhibía su fervor defensivo sin tapujo alguno, en ocasiones a contrapelo del sentir de sus compañeros. “Con Ricardo tengo una anécdota. Cuando yo empecé yo era muy expresivo y muy enérgico. Un día Ricardo se me acerca y me dice que, vea, Javier es que mi mamá viene a los partidos… y ve que Ud. me hace muchos ademanes y me echa la gente encima….me disculpé con él, le dije que era mi forma de ser…Eso me ayudó porque uno no puede verse desde arriba”.
Con Postulka sintió continuidad. Su estilo era muy parecido al de Mraz. En octubre de 1994 llegaría el entrenador menos ortodoxo y más revolucionario del futbol costarricense hasta entonces. “Badú fue de las mejores épocas que yo viví. Nos hizo creer que éramos los mejores en el puesto de cada uno. Nos convenció de una manera que no conocíamos. Llegamos a la conclusión de que si Badú le sonreía a una piedra, la piedra le devolvía la sonrisa”.
Narra la angustia inicial de los particulares métodos de Badú para insuflar confianza a sus pupilos. “En el primer partido de Badú,.… estábamos los convocados esperándolo en el estadio desde temprano. Pasaba el rato y no aparecía Badú, nada de Badú. Pedimos que lo localizaran porque ya era tarde y él sin más envió su respuesta: Que dice el profesor Badú que ya él trabajó durante toda la semana, que ahora les toca a Uds. …ese nivel de confianza nos tenía…él apelaba a lo mental al desarrollo personal de cada jugador. Su estilo de juego era ofensivo, vistoso y alegre, “No importaba con quién jugábamos…siempre lo hacíamos a estadio lleno. (…) Nosotros no teníamos puestos definidos…no sabían cómo marcarnos”. Esta inusitada libertad de movimiento, fue aprovechada por el ex delantero, anotando cada vez que pudo pero dejando en la retina del aficionado, su golazo en el minuto veinte de la segunda mitad, durante la semifinal de 1995 frente al Deportivo Saprissa. Lograría el empate que posteriormente se transformaría en victoria luego de perder 2-0 . “Qué clase de zurdazo!!” exclamaría extasiado, un Róger Ajún que le inmortalizó bajo el mote de “el Sheriff”. “Si la prensa, dice, nos reclama porque nos metieron dos goles, nosotros entonces debemos hacerles cuatro… ¡los goles son la alegría del futbol!” espetaba un Badú Vieira en el camerino durante la pausa. El desborde de la celebración lo llevaría a ser expulsado luego de la vibrante anotación del charrúa Washington Hernández.

A Alfredo Di Stéfano se le atribuye la frase aquella de “ningún jugador es tan bueno como todos juntos”, algo que al parecer, fue un clave para la cosecha de éxitos de la Liga de entonces. “Había un camerino controlado, pues había de todo tipo de gente. Con la dirigencia se había definido un modelo sostenible de equipo con pocos cambios, salían dos, entraban dos por torneo. Desde el 90 hasta el 2003 había control de camerino. Cuando llegaba alguien nuevo se le explicaban las condiciones y cómo funcionábamos. Uno de esos muchachos que se trajo y entendió el concepto de juego, fue Luis Marín y no nos equivocamos! (…) Carlos Mario Hidalgo fue ejemplo de una propuesta del camerino”.
Algunos en la dirigencia manuda interpretaron que se había molestado luego de la partida de Badú del equipo. Se marcharía sin más, una temporada al futbol guatemalteco, para luego jugar otra en Barbareña. Volvería al Alajuelense en 1999 para retirarse en el 2003 bajo la dirigencia del controversial técnico Jorge Luis Pinto Afanador: “Con Pinto fue con quien más aprendí. Si Pinto hubiese llegado antes a mi carrera, muchas cosas habrían sido distintas”. Del técnico santandereano, destaca su enfoque y capacidad obsesiva de trabajo, pero narra con sorna, anécdotas que reflejan la férrea tozudez por la que también es conocido.
Cierto día de previo al encuentro contra el América de México, le consultó sobre el planteamiento que pretendía llevar, un 4-3-2-1 de tres contenciones. Delgado contestó indicando que aquello le parecía innecesariamente defensivo. Pinto le replicaría “No, hermano…el futbol ha evolucionado….y ese día nos metieron 4-0”, agrega en una mezcla de risa y contrariedad. Puntualiza con otra anécdota. Cuando quería hablar con un jugador o abordar un tema delicado siempre llevaba un testigo, asignándole esta función cierto día que quiso conversar con “el Matador” Josef Miso. Habiendo finalizado su observación al eslovaco, delante de este, pidió opinión a Delgado, quien para sorpresa del técnico discrepó de su parecer. “Nunca más me volvió a llamar como testigo!” …exclama riendo.
Pero llegaría el día aciago de su retiro, una fecha para la que se había preparado desde un año antes, explorando con éxito su faceta de comentarista de la cadena Repretel, durante el Mundial Corea-Japón del 2002. Disputó su último partido contra Pérez Zeledón, donde Pinto no le permitiría jugar de titular. Entró de cambio, faltando algunos minutos para el final del encuentro, topándose con un decreto de pena máxima al tiempo que se ajustaba los tacos. La afición coreaba su nombre. Wílmer López y Rolando Fonseca le permitirían ejecutar un lanzamiento desde los once pasos. Anotó con contundencia, celebrando aquel tanto como ningún otro, porque aún se recuerda disimulando el temblor en sus extremidades, al sólo pensar que errar el tiro, sería una forma infame de despedida.
Desde entonces, su etapa de entrenador estaba a la vista y no lo sabía. Si bien venía preparándose, tomando cursos y capacitaciones, su etapa de entrenador lo vislumbraba con posterioridad. El paso intrascendente de Olguín y Oblitas de un equipo malacostumbrado a ganar, llevaría a una directiva encabezada por Rafael Ortiz a tomar una decisión extraña en un día extraño. El 29 de febrero del 2004, decidieron confiarle las riendas del equipo, a un “hombre de la casa”, que había salido de ella pocos meses atrás y ese día se dirigía a efectuar la transmisión del partido Heredia- Saprissa.
Tenía 35 años y una vez más, el destino lo colocaba frente al desafío de dirigir a sus ex compañeros y obtener de ellos su respeto en procura de mejores resultados, y estos en el campeonato nacional llegarían. La confianza en sus decisiones, como la de hacer ingresar a Michael Rodríguez para así vencer al Monterrey mexicano, también. En el camino hacia la Concacaf del 2004, dejaría en el camino a grandes oponentes, para finalmente, verse a cara a cara contra el Deportivo Saprissa, en una inédita final internacional protagonizada por rivales locales. La escuela de acuciosidad de Jorge Luis Pinto, lo llevó a comprender una vulnerabilidad en el esquema de juego tibaseño, en la lateral custodiada por Juan Bautista Esquivel. Por allí se colarían varias de las jugadas que culminaron en la goleada de 4-0 de aquella noche ensueño y gargantas secas de celebración.

Como bien lo entendió el histórico técnico del Arsenal inglés, Arsene Wenger, “entrenar es una historia de amor con un club; tienes que esperar que dure para siempre y aceptar que podría acabarse mañana”, el oficio de Delgado para el club rojinegro acabaría, para luego tener nuevos episodios como entrenador y gerente deportivo y, una vez más, ser cesado por la directiva. “A mí me han pasado cosas muy duras y complicadas en la Liga. Mi familia ha quedado muy dolida, pero yo siempre he explicado que una cosa es la Liga como institución y otra diferente quienes toman las decisiones… yo por eso no tengo ningún resentimiento, jamás!
Cuando me ha quitado por diferentes razones huyo de la prensa para no hacer polémica y para no hacer daño a la institución… tal vez uno por una sensación de dolor podría provocar mas daño si las cosas están complicadas en el equipo y uno atizo más el fuego. Eso no es conveniente. Eso la gente lo agradece. Por eso puedo ir al estadio tranquilo, sin molestar a nadie.
Su tono es ahora pausado y mesurado. A sus 51 años tiene un largo trayecto recorrido. En su doble dimensión de jugador y de técnico, la vida lo ha madurado “cele”, a la brava, sin ahorrarle retos ni vicisitudes, para que él las enfrente con paciencia de cirujano, una y otra vez.
Hay Javier Delgado para rato.
Quizás sus mayores éxitos aún no llegan.
Él tampoco lo sabe.
