Jonathan Salazar Azofeifa
De la ingratitud y las memorias cortas
Casi siete años de fracasos no pueden ser culpa de dos, tres o cinco jugadores nada más… Sí, algunos futbolistas de la institución han desaparecido en momentos claves, han fallado en la hora grande o han cometido errores que a la postre han dado al traste con el resultado en juegos donde no había más allá. Eso no se puede negar. Pero, ¿era necesario hacer una “limpia” para que el club de nuestros amores regrese a sus glorias? Yo creo que no.
En lo personal, no soy muy dado a las teorías de conspiración. Soy una persona que necesita hechos comprobables, evidencias, fuentes reales (no cuestionables) y que baso mis opiniones en estadísticas, números, historia y cualquier otro dato que pueda obtener por medio de la investigación y el análisis. Dejé de ver novelas cuando salí del colegio, hace ya bastantes años, y aprendí que darle rienda suelta a la imaginación puede ser altamente irresponsable e injusto.
La cacería de brujas comenzó a mediados del siglo XV en Europa, cuando se extendió la creencia popular de que había aparecido un “nuevo enemigo” del cristianismo/catolicismo: la brujería. Según Martine Ostorero, escritora y profesora suiza estudiosa de la demonología y la brujería, a partir de ese momento, “las brujas se volvieron el nuevo chivo expiatorio de la Cristiandad”, por lo que miles de personas, especialmente mujeres, fueron asesinadas bajo la consigna de eliminarla.
Un chivo expiatorio es la denominación que se le da a una persona, o grupo de ellas, a quien se quiere hacer culpable de algo con independencia de su inocencia, sirviendo así de excusa a los fines del inculpador.
En muchos casos (no contabilizados) las víctimas de esta práctica fueron inocentes. Por tal razón, en Occidente el término “cacería de brujas” se usa hoy metafóricamente para referirse a la persecución de un enemigo percibido de forma extremadamente sesgada e independiente de su inocencia o culpabilidad real.
¿A qué se debe esta pequeña clase de historia? Bueno, la similitud con lo que sucede en la actualidad con algunos nombres de la planilla me parece una combinación de los mismos escenarios…
¿Qué los jugadores cumplen ciclos? Ok, digamos que es cierto. Pero, ¿según quién o con base en qué?
¿Que algunos jugadores están acostumbrados a perder y que no les importa ganar? Mmm… ¿Estamos claros de que el fútbol para ellos es un trabajo? ¿Quién en su sano juicio haría su trabajo mal al propio o con el afán o el desinterés de fracasar y así quedarse sin el sustento de su familia?
¿Que algunos jugadores tenían (o tienen) secuestrado el camerino, o que eran (o son) líderes negativos? Este es el argumento más novelesco, y de paso más el más frecuente, que he escuchado y leído en los últimos años… La percepción a veces es ingrata, pero lo más importante, es que puede ser inexacta o complemente errada. Basar acusaciones en un famoso audio que salió hace un par de años, donde una periodista le compartía sus “conclusiones” a algunos amigos en un chat de WhatsApp sin mencionar fuente alguna más que su propia percepción, o un par de comentarios escogidos en entrevistas de dos ex-técnicos del grupo, donde tampoco mencionan nombres, no pude tener tanto peso. ¡OJO! Puede que sea cierto, ¿pero quién tiene pruebas al respecto y los culpables de forma específica?
Hace unos años se fue Johnny Acosta a ser campeón con Herediano. Pablo Gabas se retiró. Porfirio López también salió del equipo y ganó un título con Pérez Zeledón. Patrick Pemberton se fue a ser titular indiscutible con San Carlos, donde clasificó a unas semifinales. Todos ellos era señalados con los mismos argumentos: como líderes negativos, como que tenían el camerino secuestrado, como de que estaban acostumbrados a perder y que ya habían cerrado su ciclo. Se fueron a celebrar a otros lados y nosotros seguimos en lo mismo.
Muchísimos otros futbolistas han llegado y se han ido en el último lustro, la mayoría con más pena que gloria, sumando a los fracasos obtenidos. Pero existe una fijación de una parte de los aficionados en contra unos pocos.

Ahora los chivos expiatorios eran Allen Guevara, Kénner Gutiérrez, Christopher Meneses, Jonathan McDonald, José Salvatierra, Alexánder López y Ariel Lassiter, de los cuales, los últimos dos tienen menos de dos años en la institución y los primeros cinco han sido de lo más destacado que ha tenido el grupo en esta pila de fracasos acumulados a lo largo de 13 torneos cortos.
Gutiérrez, manudo nacido y criado, fue capitán del equipo en múltiples ocasiones, marcando muchos goles para su puesto, incluso varios ante Herediano y Saprissa. A pesar de ser central, nunca se arrugó cuando le tocó jugar como contención o como lateral derecho.
McDonald, quien no formó parte de las ligas menores erizas directamente, se declaró como “un aficionado que tuvo la oportunidad de pasar de las tribunas a la cancha”, y en repetidas ocasiones hizo gala de su amor por la camiseta. El mismo que muchas veces le hizo cometer errores por los que fue ampliamente señalado; solo por dejar que la rabia y la frustración al vivir los constantes fracasos le nublaran la mente en momentos claves. No fueron solo casi 150 goles vestido de rojinegro (17 a los de Tibás), sino que también dio decenas de asistencias, además de las muchas veces en las que hizo de zaguero o contención cuando las situaciones del partido lo exigían. No por nada Benito Floro, Hernán Torres y el mismo Óscar Ramírez lo denominaron como un jugador “tácticamente casi perfecto”.
Guevara llegó al equipo siendo una joven promesa y se convirtió en el cambio de lujo en los primeros años. Junto con Salvatierra, es el jugador que más títulos había celebrado de la planilla que recién disputó el Clausura 2020 (cinco). Es cierto que le costó asumir un rol más protagónico, pero desde la llegada del nuevo cuerpo técnico había sido de lo mejor del equipo, aportando muchas anotaciones, pases-gol y jugadas desequilibrantes que terminaron en algo.
Meneses, otro de la casa, cuando jugaba mejor (estuvo a punto de irse vendido) se lesionó y después le costó recuperar el ritmo, pero en el Apertura 2019 fue los más regulares y con mejor rendimiento. Es difícil rendir al 100% cuando se juega se juega un partido cada cuatro o cinco.
Ahora, ninguno de ellos está más. Sin embargo, una parte de la afición clama por “compromiso”, “amor a la camiseta”, “jugadores identificados con los colores”… Pero esos mismos pedían las cabezas de los que tenían siete, ocho o más años en el equipo. ¿Entonces? ¿Quiénes van a tener eso? ¿Los recién llegados? ¿Los recién ascendidos? Una contradicción tras otra. Por algo la mayoría de los que se dejaron ir encontraron equipo en cuestión de 24-48 horas.
Confiaba mucho en Agustín Lleida, y considero que hasta la semana pasada había hecho una muy buena gestión en términos generales, pero en los últimos días se bajó los pantalones. Demostró que no sabe manejar la presión y que prefiere ceder ante la sed de sangre de un sector de la afición, antes que apostar por un proceso serio y darle continuidad al grupo. Satisfizo el clamor de unos cuantos miles que solo pedían rodar cabezas, pero ahora dejó al equipo “zonto”, aún más sin identidad, echado a la suerte de que los que quedan se asusten y le pongan, y que los que lleguen cumplan con creces.
Ninguno de los que se fueron tuvo la culpa de la mala (e inexplicable) salida de Adonis Pineda en el minuto 88 del partido disputado el pasado 21 de diciembre, cuando teníamos la 30 en la bolsa. Otro gallo cantaría en estos momentos si eso no hubiera pasado, y muchos aficionados acomodados no andarían con esa cantaleta en cada publicación que hace el club en sus redes sociales.
Mucha suerte a Christopher, a Kénner, a Allen, a Jonathan, y también a Luis Sequeira y a Anthony López (esperemos que el equipo no se desmantele más). Ojalá me equivoque, pero presiento que se vienen más años oscuros en Alajuela. Porque lo he visto ya en varias ocasiones en otros equipos y en este, cortar un proceso y empezar de nuevo la mayoría de las veces no da los resultados esperados.