artículo DE LA SEMANA

Jorge Luis Pinto Afanador

Pieza de hierro de un tetracampeonato para la historia

Pinto no se guarda nada de ningún tema. Es frontal, directo y emotivo.

Se dice que las comparaciones son odiosas. Pero será difícil que haya otro entrenador en la Liga Deportiva Alajuelense más querido que Jorge Luis Pinto Afanador. Tal vez no imposible. Pero sí muy difícil.

Dejamos de lado la proeza alcanzada con la Selección Nacional en Brasil 2014; aunque, claro está, tal hazaña potencia este sentimiento entre el liguismo. Pinto fue innovación, rigor, exigencia, disciplina, constancia y sacrificio. Pero también fue lo que un equipo grande necesita para enaltecer su historia. ¡Títulos!

Fue una apuesta atrevida la de aquella junta directiva, encabezada por su entonces presidente Rafael Solís. El jugador costarricense tiene atributos, pero la disciplina no es precisamente uno de los más destacados. El colombiano debía dar resultados por ser extranjero y, además, porque se ostentaba un bicampeonato cuando se decidió que fuera él quien capitaneara el barco.

El grito de ¡tetracampeón! solo se ha escuchado una vez en los más de 100 años de la institución. Se debe a muchas personas. Y una, que tiene altísima cuota de mérito, es un entrenador que descansa trabajando, que tiene mano de hierro, pero un corazón que se conmueve. Es frecuente verlo llorar con temas que le son sensibles. La Liga es uno de ellos.

Frente a frente, una hora sin tapujos

Con Jorge Luis Pinto Afanador había que hablar a solas. Nada de tecnología. Cara a cara. Así nos lo propusimos. Sabíamos que sería difícil, y fue. Planeamos ir a Colombia, pues ya él viene poco a Costa Rica. En la fugaz visita a propósito del encuentro ante el Millonarios FC, en plena celebración del centenario, un mar de liguistas lo asediaría, tal y como sucedió.

Aún no entendemos cómo, pero las estrellas se alinearon. Pinto nos atendió durante una hora con un invitado especial que había llegado a saludarlo al hotel Cariari, donde se hospedó la delegación colombiana. Las iniciales de este personaje, muy querido por la afición, son precisamente LDA. Luis Diego Arnáez se sentó con nosotros y participó activamente del diálogo.

El tema central fue evidentemente la Liga, pero con el colombiano no se habla solo de futbol. Tocamos temas de la disciplina en la ejecución como un método de vida, del panorama político actual de Costa Rica y del proceso de paz en Colombia. Sonrió, lloró dos veces, se emocionó, agradeció de nuevo al país y se impacientó por la demora en las bebidas que encargó. En síntesis… fue Jorge Luis Pinto.

“De pronto debe haber más estabilidad en el engranaje y no cambiar tanto de entrenadores y jugadores. Eso no le sirve ni a la institución ni a los futbolistas. También debe haber un proceso escalonado para los que se encargan de las ligas menores. Ellos deben preocuparse mucho por su formación”, sentencia el suramericano de entrada, al consultarle por la reciente sequía de títulos.

Una Liga arrolladora y equilibrada

Recibir las riendas de un equipo que viene de ganar un bicampeonato no es tarea sencilla. Mucho menos en un equipo grande. Pero a este oriundo de San Gil de Santander, es sabido que ningún reto le asusta. Tampoco el que asumió en noviembre de 2001, con 48 años de edad, cuando dirigió por primera vez en Costa Rica.

La Liga venía de alcanzar dos títulos consecutivos de la mano de Guilherme Farinha, pero a todo entrenador, por más exitoso que sea, le llega su hora. Tarde o temprano. Tras un efímero paso de Rodrigo Kenton, llegó Jorge Luis Pinto Afanador. De entrada puso sus condiciones. Pidió videos y le sostuvo a los directivos que el equipo contaba con muy buenos jugadores, pero no tenía táctica.

“Yo cambié toda la metodología de entrenamiento. Incursioné con más repeticiones y más intensidad en los ejercicios. Además, incorporé el uso de videos que prácticamente no se utilizaban en esa época. Topé con un excelente grupo de jugadores que casi en su totalidad asimiló el sistema”, detalla Pinto.

Con el paso de los meses, la Liga se convirtió en un equipo muy equilibrado. En ocasiones arrollaba a los rivales y recibía pocos goles. Había una banca de lujo y plena confianza en la dirección técnica. Reinaba la credibilidad en la idea de juego.

Se recuerda con especial énfasis un clásico en marzo de 2003. Saprissa literalmente fue aplastada 4 a 1 con un triplete de Rolando Fonseca. El estratega fue vital, pues la Liga se quedó con 10 jugadores al minuto 67. Aún así, buscó la victoria, facilitada por una infantil tarjeta roja que recibió Álvaro Saborío al minuto 80.

Paradójicamente, el propio Pinto y Arnáez fueron expulsados de esa jornada. Este último, en una imagen que quedó grabada en la retina de muchos liguistas, cuando abandonó el terreno de juego besando el escudo en medio de una cascada de aplausos. Fue una noche de ensueño, con un Erick Scott en llamas y un Josef Miso matador, como le canta la 12.  

Si los entrenadores viven de resultados, Pinto los logró con creces. En el primero de sus dos torneos con la Liga fue campeón al golear 4 a 0 sin apelaciones al Santos de Guápiles, en el partido de vuelta de la gran final. En el segundo, también obtuvo el cetro a dos fechas de terminar el certamen y con 96 goles anotados.

De hecho, la Liga es un capítulo de su libro de vida que este colombiano, enamorado de Costa Rica, no cierra del todo. Afirma que la le encanta la organización y allegados que rodean al equipo y califica al expresidente rojinegro, Rafael Solís QEPD, como uno de sus tres mejores amigos.

Testigo directo de una disciplina inquebrantable

Jorge Luis Pinto siempre ha sido claro en destacar que el éxito en su filosofía de juego fue de la mano de una camada de excelentes futbolistas en su paso por la institución.

A Carlos Castro Mora se le recuerda como a uno de los mejores laterales izquierdos de la Liga en las últimas décadas, y pieza vital en el engranaje del estratega. Castro detalla que el cafetero era sumamente detallista, exigente, y el rendimiento debía ser constante en entrenamientos y partidos. De nada valía un apellido de renombre si no había entrega, y ante todo calidad en la gramilla. Sencillamente jugaba el que estaba mejor.

“Los entrenamientos eran muy duros e intensos. Uno sufría, pero se aprendía. El equipo logró compenetrarse totalmente con el sistema. Pinto conocía a la perfección lo que iba a hacer cada rival, cada jugador contrario. No sé cómo pero lo sabía… era una época en la que no había tanto video o las facilidades de ahora”, apuntó el exdefensor, quien ganó cinco títulos vestido de rojinegro.

Hoy Carlos se ríe de una anécdota que en su momento lo llenó de susto tanto a él como al resto del camerino. Sucedió cuando el equipo regresaba de un entrenamiento en las montañas de Alajuela y,  por tratar de hacer una broma, el exjugador le tiró una bola de esparadrapo al utilero con tan “buena” suerte o puntería, que fue la cabeza de Pinto la que recibió el leve impacto.

“Se puso furioso y diay me bajó del bus… así de simple. Me dijo que estaba fuera del equipo, que iba a hablar con los directivos porque algo así era inaceptable. Yo ahí todo embarrealado en media calle pidiendo un taxi para llegar al Morera Soto. Al otro día ya iba para fuera del estadio con mis cosas, me lo topé y me invitó a entrenar otra vez. El domingo jugué de titular”, recordó con exactitud.

Un hombre culto cuya vida no solo es futbol

Pinto ve la vida mucho más allá de una bola de futbol. De hecho, le gusta conversar de otros temas. Lee mucho sobre política internacional, ve programas de opinión y siempre carga un libro en sus viajes. Para nada se considera un adicto al teléfono celular; según confiesa, lo ve poco y lidia con su uso entre los jugadores.

Ama la ganadería. Asegura que Tabacón es uno de los lugares del mundo que más le gusta (así como lo lee), y se dice que descansa trabajando. Defiende a muerte la formación profesional de cada persona como una herramienta para alcanzar el éxito. No en vano estudió primero educación física en su natal Colombia, luego en Brasil y posteriormente en Alemania, en la Escuela Superior del Deporte.

“De mi padre heredé la disciplina, y en casa no se negociaba el estudio. En el examen final, previo a la graduación de bachiller, las niñas del colegio, entre las que estaba mi entonces novia, le sacaron las respuestas al rector, pero mi padre, que era el presidente de la asociación de padres de familia, me dijo ‘usted me llega a la casa con ese diploma lleno de trampas y se lo rompo en la cara’”. Así de claro.

Como es usual en un entrenador de futbol, los largos viajes y las concentraciones son la tónica. Sus maletas siempre cargan libros, periódicos, folletos con información que considera valiosa, ya sea de temas deportivos o de otros que le despierten interés.

“Vivo pendiente de prepararme todos los días, estudio todos los días, leo todos los días. Busco cómo actualizar mis entrenamientos con las nuevas tendencias y me tomo mi tiempo para diseñar cada práctica. No dejo nada al garete”.

Es un hombre que adora a su Colombia, pero el arraigo por los colores rojo, azul y blanco es muy fuerte. En la entrevista, la voz se le quebró varias veces, y en una ocasión simplemente la frase casi no la pudo terminar. Lo entendimos a la perfección.

“Yo se lo dije a mi hija muy claro una vez. Si algún día Costa Rica tiene una guerra y arma un ejército, yo iría de primero… es un sentimiento muy fuerte el que tengo por el país” (lágrimas).

Si nos despedimos de Pinto esa noche de domingo fue, la verdad, para no hacer esperar más a Luis Diego Arnáez, quien amablemente nos acompañó. Parecía que ninguno quería dejar de conversar, pues había más y más temas por agotar. Posiblemente habrá otra oportunidad. En ocasiones, parece inminente el retorno de uno de los entrenadores más queridos de toda la historia de la Liga.

“Si algún día Costa Rica tiene una guerra y arma un ejército, yo iría de primero… es un sentimiento muy fuerte que tengo”.

 “Lo único que no negocio con un jugador es la mentira. La falta de lealtad” .

“Hay cosas en mi vida que yo descarto. Volver a la Liga no es una de ellas”.