Artículo de la semana

Luis Diego Arnáez Villegas

Un guerrero que cuando perdía un partido no salía de la casa por vergüenza.

Ni nació en Alajuela, ni hizo un solo proceso de división menor vestido de rojinegro. Sus primeros pasos como futbolista fueron en las calientes plazas de Pozo de Agua de Nicoya, Guanacaste, su ciudad natal. A la Liga Deportiva Alajuelense llegó a los 25 años de edad, para iniciar una exitosa trayectoria, que se extendió por más de una década como jugador hasta su retiro en julio de 2005.

Luis Diego Arnáez Villegas tuvo una infancia de aquellas típicas de antaño que hoy muchos añoran. Jugaba interminables mejengas que, ante la falta de electricidad en la plaza, podían extenderse hasta muy entrada la noche cuando había luna llena. Bajaba frutas de empinados árboles, pasaba poco tiempo en casa y acudía al estadio Chorotega a apoyar a su querida Asociación Deportiva Guanacasteca (ADG).

Desde niño quería llegar a la primera división. Se identificaba con futbolistas de la ADG como Bismarck Duarte, Franklin Toruño o Heriberto Morera. El primer equipo del cual formó parte fue el de la escuela local; de la cual su papá, Napoleón, era tanto director como entrenador de futbol. Era un niño flaco con cualidades prometedoras.

Se identificó fuertemente con Puntarenas, gracias a su primo Juan Carlos Arnáez. Él lo recomendó, en 1988, para que formara parte de las ligas menores de ese club, en aquella época de gloria de Leoni Flores, Kleber Ponce, Alfredo “El Diablo” Contreras y Sandro Alfaro, por citar algunos. Todos bajo el comando de un visionario Hermes Navarro Vargas.

“Era una época de mucho éxito en Puntarenas. Yo vivía en una casa club en la entrada a la provincia. Toribio Rojas fue el que me abrió las puertas con un proyecto muy ambicioso de ligas menores. Nos daban estudios, comidas, uniformes… Fue una etapa de mucho profesionalismo, y yo estaba más que motivado. En el Lito Pérez prácticamente siempre ganábamos… ¡siempre!”.

Arnáez no solo alcanzó la titularidad muy rápido, también la acompañó con calidad, goles, pese a ser defensor, y, junto a un clima de muy buenos resultados, principalmente en casa, atrajo miradas de equipos grandes. Más en específico… la Liga Deportiva Alajuelense en dos oportunidades.

Ya vestido de naranja, el “Flaco” integró distintas selecciones nacionales, en las que mostró personalidad, talento y capacidad para adaptarse a distintos puestos. Incluso, en la Liga fue volante ofensivo en alguna oportunidad, hasta que se consolidó como mediocampista de contención, el puesto en el que se sintió mås a gusto, según nos confesó.

De Guanacaste a Puntarenas y finalmente a Alajuela

La consolidación definitiva de Arnáez en la Liga se dio en la pintoresca era de Badú Vieira. Necesitaba con urgencia un defensor ante problemas de lesiones. Fue una oportunidad que no desaprovechó en lo más mínimo. Se afianzaba un camino rojinegro que derivó en siete campeonatos nacionales, un cetro de la CONCACAF y una envidiable cifra de 66 goles para un jugador que no es delantero.

“Mi equipo siempre será la ADG, pero lógicamente mi piel es de la Liga. Yo de niño siempre soñé con ser jugador de primera división… jamás ni por la mente me pasaba ser capitán de una institución como esta. Yo nunca me guardé nada en la cancha. Nada”.

Luis Diego no era un hombre de muchas palabras. No era de los que hablaba mucho con la prensa. Prefería hacerlo en la cancha, barriéndose con todo para evitar un ataque rival o celebrando con furia una anotación suya o de un compañero. En ocasiones salía expulsado, y más bien le llovían aplausos por la entrega que derrochaba.

Los periodistas deportivos lo tildaban de polifuncional y llevaban razón. Fue defensor, volante de contención, mediocampista ofensivo. No le temblaban las piernas para pedir un penal decisivo. Si regañaba a los compañeros, se le escuchaba. y si perdió en algún momento la regularidad, no fue por rendimiento, sino por las tres cirugías que enfrentó su rodilla derecha, en la era de Jorge Luis Pinto.

El adiós le llegó a los 38 años. Pudo seguir un poco más, pero no quiso deambular de un equipo a otro. Se fue por la puerta grande, con una despedida de ensueño ante Puntarenas, el único otro club al que defendió como jugador profesional. La Doce lo ovacionó ese día, y su imagen se desplegó en una manta en la que no cualquiera aparece. En ella está el semblante de Arnáez.

“Mi última salida de la institución fue por rescisión de mi contrato, y la verdad es que no esperaba que el aficionado me tratara tan bien. He ido a algunas de las actividades del centenario con la frente en alto, y siento ese calor genuino de la gente porque yo no soy mucho de figurar ni nada de eso”

Un hombre sincero, directo y muy leal

Arnáez es, al igual que en la cancha, decidido en sus respuestas. No titubea ni busca muchos sinónimos. No da vueltas. Nos ve directamente a los ojos mientras responde. Ríe poco. No es hombre de muchas bromas ni de sonrisas fingidas. Incluso, lo recordamos perfectamente celebrando con furia varios goles tanto anotados por él como por algún compañero.

Fue hombre que se entregó en alma, vida y corazón a la Liga como jugador y entrenador. Dejó excelentes relaciones con todos, y muestra de ello es que nos atendió en pleno Centro de Alto Rendimiento, en Turrúcares de Alajuela. La dirigencia eriza le facilitó una cancha de entrenamiento al Municipal Grecia, dadas las fuertes lluvias, ante una solicitud de Arnáez como timonel griego.

¿Cómo quiere que lo recuerde el aficionado rojinegro?

Como un jugador y entrenador que nunca se guardó nada. Que de verdad me entregué al máximo por estos colores, y que cuando perdíamos, ya fuera un partido o un campeonato, me daba vergüenza. Hubo ocasiones en las que perdíamos un campeonato y no salía de la casa por una semana, porque de verdad sentía vergüenza. Siempre todas las victorias o derrotas hicieron que se me metiera el equipo pero muy adentro. Yo soy un privilegiado por ser un aficionado de la Liga y poder haber defendido estos colores. Estar en la cancha era una sensación muy fuerte para mí.

¿Cuál fue su principal virtud como jugador?

La capacidad de adaptarme a las necesidades de cada entrenador y a distintos grupos de compañeros. Yo tuve entrenadores de estilos totalmente diferentes como Badú, Pinto, Farinha o Keosseian, y con ninguno tuve problemas. Incluso hasta capitán fui muchas veces. Además, yo entregué siempre todo lo que tenía sin importar si íbamos ganando o perdiendo, quien era el rival, o si había estadio lleno o no.

¿Cuál fue el momento más duro en sus distintas etapas en la Liga? ¿La serie con penales ante el Herediano?

No mirá… ( se toma un tiempo para responder y medita). Fue con Keosseian la final que perdimos contra Saprissa y ellos con dos jugadores menos. Hay cosas que la gente quizá no sabe. Mi papá Napoleón estaba diagnosticado con cáncer de próstata en la fase terminal y vivía conmigo. A él le costaba trasladarse y , pero permanecía consciente. Todas las finales anteriores que gané, él las vivió con sus amistades y las veía en los bares del pueblo, allá en Nicoya. Pero esa vez mi ilusión era llegar a casa apenas terminara el partido, entregarle la medalla y estar con él. Fue muy duro, porque perdimos la final con dos jugadores más y no pude darle la medalla a mi papá. Él falleció cinco meses después.

¿Y el más feliz de todos?

Fue cuando obtuvimos el cetro de la CONCACAF ante el Saprissa el 2004. ¿Sabe por qué? Porque ese año nosotros y ellos le pasamos por encima a los equipos mexicanos y a los de la MLS, que también en ese momento tenían muy buen nivel y todos usaron sus figuras estelares, nada de suplentes o reservas. En ese año precisamente el Pachuca tenía un equipazo, y el Monterrey ni se diga. Al Monterrey nosotros lo eliminamos con un jugador menos. Con el paso del torneo, no podíamos creer que tanto ellos como nosotros íbamos avanzando hasta que ya… nos enfrentamos en la final y pasó lo que pasó.

 ¿Cuál de todos los títulos le dio más satisfacción?

En realidad fueron dos. El primero (1995-1996), porque yo nunca había experimentado algo así. Con Puntarenas viví momentos muy lindos, pero no pude saborear un campeonato. El otro fue el último (2004-2005), porque ya había decidido retirarme y poner ese punto final cuando quedás campeón es muy especial, es único.

¿Volvería a la LDA?

Por supuesto que sí. Quizá en otra etapa, más adelante, cuando ya haya madurado aún más como persona y entrenador, es una posibilidad que siempre mantendré viva. Posiblemente sea mejor aún cuando ya haya experimentado lo que se siente estar en un club con algunas limitaciones, el tener que trabajar sin tanta facilidad que te pueda otorgar un equipo grande.

¿Qué representa el escudo de la Liga para usted?

Mucho, demasiado. Para mí los colores rojinegros son los más lindos y el escudo siempre lo llevaré encima.

¿Cuánto dolió aquel 2 a 2 ante Estados Unidos, que nos dejó fuera de la clasificación directa al Mundial Sudáfrica 2010?

Ha sido el momento más duro en mi vida como deportista. Ya estábamos prácticamente en el mundial. Yo fui expulsado y me di cuenta de que nos empataron al minuto 95, cuando ya después de terminado el partido empezaron a entrar los jugadores pateando todo lo que encontraban en el camerino, llenos de frustración. A Álvaro Saborío tuvimos que controlarlo, pues se estaba haciendo ya mucho daño golpeando las paredes de concreto con sus puños. A veces la gente juzga mal a las personas y creen que solo se juega por dinero y eso no es así. Está el amor por el país, el prestigio, el orgullo profesional; ya luego vienen los beneficios, pero no es cierto que solo se juega por plata como algunos puedan creer. No es así.

¿Alejandro Morera Soto?

Decir Alejandro Morera Soto es decir Liga Deportiva Alajuelense. Simplemente.

¿El campeonato 30?

Es un objetivo como cualquier otro. Tarde o temprano llegará, pero no debe convertirse en una obsesión.

Luis Diego Arnáez esquiva los elogios. No es de los que le gusta que lo halaguen o lo llenen de elogios, recordando un gol suyo decisivo o las causas que motivaron a distintos entrenadores a nombrarlo capitán de la Liga Deportiva Alajuelense. Un honor que no todos pueden cargar en sus espaldas. Él se lo ganó con creces.