artículo DE LA SEMANA

Pablo ALejandro Izaguirre

El último gran número 10

En el epílogo del siglo, arribaría en mayo de 1999, sorprendido de las dimensiones de la cancha del Morera y de observar un país tan verde, pues esperaba ver el mar tan pronto descendiera del avión. Guilherme Farinha, a quien conoció mientras militaba en el Cerro Corá, de la liga paraguaya, le había recomendado venir al país y unirse a su proyecto con Liga Deportiva Alajuelense.

La inserción de Pablo Alejandro Izaguirre no fue fácil, ni estuvo exenta de controversia. ¿Para qué otro jugador? ¿Qué necesidad tenemos? Así cuestionaba, no sin justa razón, la entonces Junta Directiva de un equipo que sería la base de la Selección Nacional. Esta obtendría la clasificación hacia el Mundial de Corea-Japón 2002.

 “A los veinte días ya me quería regresar, pero Farinha me insistió que eso sería muy mal visto, de muy mala educación, que yo tendría la oportunidad, y mirá, ya llevo veinte años por acá”, recuerda Pablo sonriendo con la misma facilidad con que hacía sus gambetas de fantasía.

Aún y con un inamovible Wilmer López, consolidado desde entonces como parte del sello histórico del equipo, Farinha persistió en su contratación, con la idea de contar con  un volante de probado poder ofensivo. “Bostero” declarado (fanático del Boca Junior), admirador de Maradona, formado en las ligas menores del Club Atlético Independiente, Izaguirre, nacido en Avellaneda, Argentina, un 9 de mayo de 1970, cumplía a cabalidad con dicho perfil.

Un debut de terror que le ayudó a forjar carácter

El suyo fue “el peor debut posible”. No tiene reparo en reconocerlo. Fue expulsado al minuto 22, luego de acumular dos infracciones contra José Pablo Fonseca y Wálter Paté Centeno, en una derrota ante el rival que más duele, el Deportivo Saprissa. La Cueva se lo comió ese día, pero la dulce revancha fue llegando con el paso de los meses.

El capricho que lo hace lúdico, el futbol castiga pero también redime a quien persevera. Sus dos goles frente a un Santa Bárbara que ganaba 3-1 en el Alejandro Morera Soto, fueron decisivos en el 6-3 definitivo que permitió a la Liga enfrentar siete días después al Club Sport Herediano.

En ese encuentro ante los florenses, Gerson Watson detendría con falta un avance decidido por el centro del campo del propio argentino, cuando recién iniciaba el cotejo.  Pablo Alejandro cobraría de zurda la parábola de un certero disparo, que Fausto González no pudo detener. Iniciaba así su prolongado romance con la afición manuda, en medio de la desmesurada celebración del 5-1 con que se obtuvo la vigésima Copa.

Saboreaba por fin, luego de su tránsito por equipos de Argentina, Bolivia y Paraguay, las mieles de su primer campeonato. El de 1999-2000. Sumaría también en aquel año, la distinción de ser declarado por medios deportivos como el mejor jugador del campeonato y el mejor extranjero.

Sus rápidos laureles no pasaron inadvertidos. De no muy grata memoria, Horacio Cordero llegaría un día de tantos a la puerta de casa, a ofrecerle un jugoso contrato en el futbol guatemalteco, que supo rechazar. Su agradecimiento con el club y con la afición  y la calidez que encontró entre los alajuelenses, ponderaron su perspectiva y le impidieron marcharse. Se sentía a gusto en el equipo. Sentía pertenencia.

Frecuentaba ya para ese momento, el parqueo de don Carlos Alvarado, punto neurálgico de leyendas manudas, donde se compartían anécdotas que escuchaba con atención y de las que aprendía, al tiempo que crecía su fuerte sentimiento de identidad.

De estas vivencias y del simple hecho de provenir de un país donde el superclásico

paraliza razones y emociones, dimensionó como pocos la trascendencia de la rivalidad con el Deportivo Saprissa: “Era el partido que no me quería perder. Es el partido que te llena de adrenalina. Vos podés estar mal para un partido anterior, pero para ese partido en particular sí que querés estar. Desde la semana previa lo querés”.

La redención de su amargo debut frente al archirrival, tomaría cuerpo por primera vez en el clásico del 29 de abril del 2001. Fue entonces cuando anotó un magistral lanzamiento de tiro libre que se hundiría en la cabaña de un atónito Erick Lonnis, en el minuto 66. Siendo un zurdo que jugaba bien por la derecha, sirvió también desde este perfil el primer gol del encuentro en cabeza de un recordado Steven Bryce Valerio, quien en aquella serie no cesó de hacer goles contra su exequipo.

Relevo de lujo que todo el estadio pedía a viva voz

¡Izaguirre! ¡Izaguirre!… el grito de la gradería contagiaba cuando ya cualquier segundo tiempo entraba en calor. Casi de inmediato el entrenador de turno volvía a ver al argentino, quien bastante inquieto saltaba como una liebre a calentar. Pocos minutos después entraba a comerse el terreno de juego.

Las experiencias de exuberancia suelen ser cortas pero intensas. Muy intensas. Bastaban 15 o 20 minutos para disfrutar la variedad de los recursos de su juego individual.  Le gustaba ingresar verticalmente al área, valiéndose de dribles, gambetas y  taquitos. Es digna de mencionar una jugada de ensueño ante Guanacasteca, en agosto de 2002. A dos metros del área evadió cuatro rivales, para apenas empujar el balón hacia un costado de la portería de Luis Martínez.

Por eso y muchos ejemplos más, con el tiempo pasó a ser un “jugador de cambio”, lo cual, en su caso, no significaba ser un mero participante de la segunda mitad, sino un verdadero protagonista del destino del juego o del marcador. Relevo de lujo le llamaban los cronistas.

En la psique colectiva rojinegra, su ingreso como cambio, en diversas posiciones, sustituyendo bien fuese a Wilmer o a Miso por lo general, contagiaba alegría. Un halo de confianza y júbilo se extendía por toda la gradería, que siempre le perdonó no marcar con la misma intensidad con que desbordaba su ataque . Algo bueno pasaría;  él y ellos  lo sabían: “La afición siempre quería o esperaba algo de mí… que la historia cambiara, y bueno, en la gran mayoría de las veces afortunadamente pasó”. Con esta claridad y desempeño, sería pieza fundamental del equipo que levantó la Copa del tetracampeonato en tierras liberianas, la noche del miércoles 21 de mayo de 2003.

Vendría luego el campeonato 2004-2005. Alajuelense y Saprissa jugaban una semifinal que decidiría quién disputaría el cetro ante un Pérez Zeledón abatido un mes antes, durante la fase regular del torneo de clausura. Saprissa llegaba con las credenciales de haber clasificado al Mundial de Clubes.

En un Morera Soto a reventar, y luego de recibir un polémico centro servido por Alejandro Alpízar en un jugada peligrosa ante Ronald González, en el minuto 8 de la segunda mitad, Izaguirre fusilaría a José Francisco Porras. Hasta ese momento los tibaseños acariciaban un valioso empate en el Morera. “Este gol se lo dedico a mis compañeros y a la afición, nunca voy a olvidar que con ellos he logrado grandes cosas en Alajuelense”, diría Izaguirre a los medios, al añadir un episodio más a la redención de su debut.

Participar en el Mundial de Clubes es el único logro que dice haber dejado en el tintero. “Tuve la suerte de estar en una Liga que fue tetracampeón. Mientras jugué, la Liga siempre ganó algo. Cuando no fue campeón, ganó CONCACAF. Cuando no la ganó, ganó la UNCAF, y luego volvería a ser campeón. Yo viví muchas cosas buenas con el equipo”. Para el 2006 y con 34 goles a su haber, ya se había convertido en el tercer mejor anotador extranjero de la historia eriza.

Siguiendo el consejo del conocido comentarista y exfutbolista de su país, Retiro Roberto Trotta, “decidí retirarme antes de que el futbol me retirara”. Aún no está claro si los nuevos conceptos del futbol no tienen espacio ya para la creatividad de un “diez”, o si sencillamente la alegría y la exuberancia de su juego no han encontrado reemplazo. Su partida marcó el retiro de un concepto: el juego desequilibrante y el librepensamiento del último gran diez.