Patricio Morera Víquez


Viceministro de Vivienda y Asentamientos Humanos

¿Por qué soy liguista?

Un partido de fútbol es la vida misma. Hay emoción, alegría, tristeza, amargura y duda… El fútbol es inteligencia y capacidad física que se basa en el señorío, la caballerosidad y la humildad. La vida del ser humano se hizo para servir a los demás. “Si la vida hay que darla en un campo de juego, la vida se da”.

Frase atribuida a don Alejandro Morera Soto.

Cuando comencé a tener nociones de fútbol, recién cumplía cinco años. La selección de Costa Rica hizo lo impensable en su primer Copa del Mundo en Italia, cuando el rojinegro de Arrigo Sacchi reinaba por Europa. En esa década, el rojinegro reinó por diversas geografías y disciplinas. Fran Rijkaard, Michael Jordan, Enzo Francescoli; personajes-hitos deportivos vestidos de rojo y negro, en el inicio del auge de la globalización mediática del deporte, dieron lugar a la inspiración y al desarrollo de grandes figuras que posteriormente también tendrían su lugar en la historia como Lionel Messi, Kobe Bryant y Zinedine Zidane. Sin quedarse atrás, la Liga Deportiva Alajuelense era parte activa de ese poderío rojinegro. Ganó cinco campeonatos en esa década y comenzó la siguiente ganando cuatro seguidos, con un equipo que fue la base del primer lugar en la clasificación a Corea y Japón, el regreso a una Copa del Mundo. Esta vez con México incluido y derrotado en su propia fortaleza azteca, como segundo acto de una epopeya que había comenzado de la mano de Richard “La Pantera” Smith, manudo que abrió ese camino con sus goles. 

¿Mis favoritos de esa época? Era muy niño en nuestra “primavera de Praga”. Sólo retengo alegrías en el estadio e imprudencias en caravanas de celebración, pero mi fanatismo atento y devoto comenzó a los diez años con el bicampeonato mágico de Badú-“La Bala” y Badú/Keosseián-“El Cachorro”. Cómo olvidar esos goleadores.

Después de un par de subcampeonatos, al cierre de esa década e inicios de la siguiente, logramos el tetracampeonato de Fariña/Pinto. Posiblemente uno de los mejores cuadros de la historia del fútbol nacional. La mejor defensa en ataque con Carlos Castro y Harold Wallace abastecidos por Wilmer López, quienes en conjunto alimentaban la fogosidad de Steven Bryce y la precisión de Josef Miso; tanto era su talento que lograron que “Chimy” Quirós y Erick Scott fueran destacados goleadores. En el camino se sumaron Rolando Fonseca y Carlos Hernández, con lo cual la supremacía manuda fue contundente. Todo asegurado con una sólida defensa integrada por Luis Marín y Pablo Chinchilla, respaldada en la media por Mauricio Solís y los últimos años del aguerrido Flaco Arnáez. Un año después, volvía Froilán Ledezma, quien junto a Alejandro Alpízar y con el “Sheriff com DT”, sacamos al Monterrey en una serie poco recordada pero de las más importantes de nuestra historia, para luego jugar la final de finales: la final de CONCACAF contra los de Tibás…  ¡Cómo olvidar que los barrimos sin misericordia! 

Estas épocas fueron de muchísimo estadio para mí. Estaba en secundaria. De octavo a undécimo no supe de otra posición que no fuera ser campeón manudo. También jugaba mucho al fútbol, siempre con más esfuerzo que talento. Frecuentaba la 12 y con unos amigos, logramos colarnos en una de las celebraciones de campeonato junto a los jugadores en un bar que fue una locura de gentío y de fiesta, algo impensable para un futbolista en el mundo contemporáneo de redes sociales antiprivacidad. Mucho menos en tiempos de COVID-19.

Con los años la vida me sacó del estadio y me llevó a trabajar en comunidades vulnerables por toda parte de Latinoamérica. Lo que acá llamamos precarios, en Chile campamentos, en Brasil favelas, en Argentina villas… Diferentes nombres para similares tristezas y alegrías. Curiosamente,  gracias al amor al fútbol que la LDA cultivó y cosechó en mí, todos aquellos datos, anécdotas y figuras de otras latitudes, que había acumulado sin propósito claro durante años, fueron  lugar común para generar conversación y así propiciar el mayor indicador de confianza entre dos extraños que necesitan trabajar juntos: la risa. Eso se lo debo a la Liga. O como decía mi querido y fanático tío polaco -de oficio no de nacionalidad- “Mi Liga”.

Hoy agradezco que “Mi Liga” -cuya afición construyó su estadio ladrillo por ladrillo- que siga siendo de su gente. Tenemos patrocinadores, no dueños. Somos una institución de oportunidades para mujeres, personas con discapacidad y jóvenes en el CAR. ¿Qué sentiría don Alejandro de saber que una niña inspirada por la LDA salió de las mejengas de Pavas para lucirse en París y Europa? Capaz que los tiempos cambian, pero para bien. Porque no sólo sus palabras, sino sus gestos, son cimientos de los valores y visión de nuestra institución. Valores reflejados en su solidaridad con don Ricardo Saprissa Aymá en sus últimos años, cuando vivía en Alajuela, en el asilo Santiago Crespo.

¿Que el club ha sido injusto con algunas leyendas? Sí, posiblemente eso, y otras cosas más graves, porque somos una gran institución, pero que no deja de estar compuesta por seres humanos.  ¿Que hoy los resultados no acompañan al equipo masculino de Primera División? Cierto también, pero no habría victorias sin derrotas, así como Borges, en “El Inmortal” nos recordaba que no hay vida sin la muerte. Al menos no una que trascienda. ¿Por qué soy liguista? Porque la Liga Deportiva Alajuelense trasciende.